Tres clavos

Él sabia, que la decepción de su padre no provenía de la falta de rigor lógico ante la tentación suave, sino que emanaba de la más grave falta que cualquier hijo incrédulo proporciona a su tutor precavido: la desobediencia rasa. Esta mal interpretación, le parecía, seguro se traduciría en siglos y siglos de angustias duras y versículos revueltos.
Pero no era esta hora de ajustar cuentas o enmendar enredos literarios. Su muñeca izquierda palpitaba en un dolor sacro desproporcionado, que se mezclaba con el miedo de su sangre y el fulgor de la muerte próxima. Ya había dejado atrás el irremediable y penetrante tormento de las heridas de su espalda, y la corona de espinas había logrado postrarse en su cabeza de manera tal, que no sentía más que una incomodidad pasajera como quien convive con una pieza de ropa sobre ajustada.
A medida que los martillazos amplificaban su tortura de manera despiadada, sus apóstoles comentaban a la lejanía que cómo era que un ser humano que había sido capaz de alimentar hordas de escuálidos seguidores con dos peces, medio pan y un vaso de vino, soportara tanta crueldad sin gestionar medio milagro atravesado. Algunos hicieron conjeturas sobre la grandeza de soportar las tentaciones miserables, o sobre la entereza de llevar en su muerte la redención necesaria. Sin embargo, Pedro, su mejor confidente, amigo y compañero de rumba, tenía claro la razón de su infinita apatía: el desamor.
Habían pasado cuarenta penosos días desde que María la Magdalena le había confesado a Jesús el Cristo, que ella había sucumbido ante la belleza inmediata de Judas el Iscariote, y le había hecho el amor de manera desenfrenada y enérgica mientras miles de aldeanos se agrupaban alrededor de los hermosos sermones.
Cuarenta días en que Jesús el Cristo había ahogado su pena, furia y dolor en los desiertos del vecindario. Había detenido el tiempo, secado ríos e incendiado nubes. Había construido castillos de oro y lluvias de dinosaurios, e incluso, había transformado a siete prostitutas a imagen y semejanza de maría la magdalena, buscando algo de protección en la lujuria desenfrenada. Nada le había calmado el corazón.
Por eso, cuando los soldados romanos lo arrestaron, llevaron, torturaron y pusieron encima de una cruz, él no había emanado palabra, obra o emisión. Simplemente no encontraba otra salida al infalible dolor del alma.
Finalmente, mientras la sangre de su muñeca izquierda había palidecido y su cuerpo cansado empezaba a sucumbir a la inminente muerte, un dios hecho hombre descubría que labrar la tierra con angustia, buscar el alimento con dificultad y parir los hijos con dolor, no eran un crédulo castigo para una raza de seres que vive y muere por el simple, llano y bendito amor.

Ausencia

Un hombre camina solo por las empinadas calles de un pueblo virgen. Su paso denota el andar de un alma confundida, pero a la vez sedienta y altiva. Sus pies persiguen ansiosos, los trozos de un sentimiento refundido que él mismo no ha sido capaz de reconocer.
Por si acaso pudiera poner en duda el motivo de las circunstancias adversas, el cielo decide premiar su obstinación con un pequeño huracán en creciente, que permite a las pocas voces circundantes arrancar en grito a buscar la guarida más cercana.
En un gesto de recelo triste pero indiferente, el hombre decide detener su andar y enfocar su mirada segura al cielo tormentoso. Los ríos de nubes se pronuncian con el feroz argumento que asusta ejércitos. El hombre reconoce en sus labios, el esplendor de la lluvia mezclado con el candor de su sudor y la irreverencia de sus lágrimas. Su corazón palpita en resonancia, pero no porque se refugie en el temor de los hombres, sino porque admira su ángel valentía.
En el segundo que baja su cabeza y decide reanudar su destino, el cielo se pronuncia nuevamente a través de un grito relámpago, que descarga su ira a través de un fulminante rayo a pocos metros de su camino.
Sin importar lo cerca que le acaba de rozar la aniquilación segura, se abre paso entre el asombro de los testigos, el aullido de muchos perros y el fuego inconsecuente.
Él sabe, que su honda tristeza no encontrará asilo en la destrucción permanente del suelo de su decisión. Él sabe que su peso no lo descargará los gritos de advertencia de nubes, perros y transeúntes indiferentes. Él sabe que la ausencia de tu alma, no la calla ni la propia muerte.

Who are u love?

No soy la nada, no soy el todo.
Soy el bombillo de luz ténue en la fuerte lluvia, el asiento de plástico que vuela por la playa, el grito en la muchedumbre.
Soy nada, soy todo.
Soy el tatuaje que sangra y resplandece, soy el chat urgente sin respuesta y qué, soy las aspirina necesaria enterrada en el barro azúl inminente.
Qué es la nada, qué es el todo.
Dónde guardas tus sueños dios, de qué están hechas tu noches oscuras y a quién pretendías engañar con esto llamado vida.
De qué te escondes sin más remedio belcebú, por qué lloras en las mañanas frías, quién te cura las heridas putrefactas de tu corazón, por qué me hablas, me miras y luego te ríes.
Dónde hay entonces que buscar las respuestas. De qué están llenas las alacenas. Dónde se puede comprar una tonelada de esperanza, un corazón infranqueable y media docena de sonrisas feas.

you are wild

Toco la puerta y no hay nadie. Adentro no hay nadie, solo tres docenas de mis miedos, una flor y el recuerdo eterno de tu voz.
Y sin embargo entro. La flor me alumbra todo el camino. Mis miedos se me lanzan en picada, como una manada de perros tiernos hambrientos de amor.
No tengo otra cosa que hacer que mirarlos uno a uno. Dejarme besar el cuerpo con sus espinas, dejarme mortificar el alma con su dolor.
No sé por qué he vuelto. No sé por qué no he salido corriendo a buscar otra vida, otro cuerpo. No sé por qué vuelvo e insisto y me mantengo.
I am not going to dye. You are wild, I am nobdy.
Mis lágrimas vienen al rescate. Mis ojos sienten tu dolor.
Y sin embargo, el vacìo sigue ahí, sigue presente, como una tela inefable que habrá de recoger todos mis gritos, mis palabras, todo mi ser.
Quisiera que te bajaras de esa foto y vinieras a verme. Quisiera que el recuerdo de tu voz pudiera abrazarme, pudiera contarme cuantas veces caminaste el mundo esperando calmar mi llanto, cuantas veces me perseguiste desde la nada, cuantas veces gritaste lo orgulloso que estabas de mí, sin que yo pudiera escucharte, cuantas veces viniste a darme tu amor. I also love u dad...
I am going to dye, and you are wild and I am everybody.

Wrong way Right way

Ana María sostenía entre sus manos el tarro metálico con diseños de snoopy en el que habían acordado mantener las pastillas. Cloracepam y Citalopram, mejormente conocidos por ellos como el dúo pam parampampam pam pam, eran dos nombres enredados ajenos a toda poesía y toda lógica, que parecían ser más una mala receta contra el cólico miserere, y no, los certeros portadores de la bienaventurada paz.
Ana María y José Miguel se habían conocido un par de años atrás, en la organización de un concierto de rocanrol organizado por una beneficiencia. La noche de su primer encuentro terminaron haciendo el amor en el baño de una pizzería barata, después de una grande de salami y queso y media docena de cervezas cada uno. Desde ese mismo instante, en el que absurdo hecho que la erección de José Miguel mantenía intacta aún después del duelo, la risa fue un ingrediente importante en la estabilidad emocional de ambos. La locura a penas podía sostenerlos. La moto de José Miguel estaba siempre lista para cualquier ocurrencia, como la de irse un martes a las tres y media de la mañana a desayunar a la plaza de mercado de girardot, o la de hacer el amor en las playas de cartagena, sin más presupuesto que unos miles de pesos para la gasolina del viaje ida y vuelta.
Muchos amaneceres encontraron a Ana María contando los tatuajes amazónicos de José Miguel, así como muchos atardeceres encontraron a José Miguel inventando historias inconclusas e ilógicas para Ana María. La risa y felicidad, parecían existir solo para sucumbir a sus deseos. Viajaron, leyeron, copularon y hasta se vendieron, con tal de vivir juntos siempre desde el principio hasta el final de los tiempos.
Más (y aún) y sin embargo, la eternidad es más cercana de lo que muchos creemos. El temperamento de José Miguel empezó a variar entre la alegría sin límites, el esfuerzo desmesurado por no hacer nada y la melancolía asincrónica. Así por ejemplo, aunque el sexo siguió teniendo la tonalidad ilógica y despiadada de siempre, más de una vez José Miguel se levantó en pleno acto, y sin importarle cuan medio desnudo o erecto estaba, se dedicaba a recorrer las calles solas sin mayor objetivo que el de calmar sus fuegos internos. De igual forma, empezó a perder el juicio de la consecuencias de sus actos. Otro par de ocasiones estuvieron a punto de morir de pánico y de atropellamiento, al José Miguel tomar riesgos innecesarios en su conducción motociclística.
Ana María, quién a principio aún veía todo con el asombro de quien se asoma por primera vez a la locura inocua de la adolescencia tardía, solo cayó en cuenta de la gravedad del problema, aquella tarde ilusa en la que José Miguel destruyó a puños su colección de vasos cerveceros al regresar de un altercado mínimo en un partido de fútbol de barrio. Aunque nunca le tocó un pelo, esas alteraciones inclementes de violencia, empezaron a sembrar en Ana María un pánico atroz, que incluso la postró por primera vez en diez años un viernes en su casa, con tal de no confrontar la posibilidad de que José Miguel terminara en problemas por su alteraciones de genio sin control. Lo peor, era que esas alteraciones traían consigo la posterior entrega a un más desagradable demonio. Luego de cada explosión, José Miguel se clavaba de lleno en la piscina de la total tristeza y apatía. No había programa de televisión, concierto de rocanrol, desnudez de Ana, contada de historias o tatuajes lo suficientemente potente para sacar a José de la cama. Era la asquerosa e intolerable calma, después de la feroz e incontenible tormenta. Era un pequeño infierno.
"Trastorno de ansiedad, combinado con algunos episodios de depresión moderada", fue el dictamen del doctor sin nombre, quién estampillo el dúo pam parampam sin dolor o calor en una receta médica.
Decidieron por primera vez enfrentar la vida como la deciden enfrentar supuestamente los adultos; con la valentía necia y terca de quien cree toda consecuencia es producto de una causa manejable. Sacaron al alcohol de sus vidas, ordenaron de forma diferente la sala de su casa, vendieron la moto y decidieron intentar jugarse la vida de una forma más responsable y austera, buscando la paz interior en el concepto que ambos más odiaban, la serenidad.
Poco a poco las pastillas empezaron a tener su efecto. José Miguel empezó a mantener un tono más calmado, y las depresiones empezaron a quedar escritas en los anuarios del pasado, como cuando se acuerda uno de sus pataletas de su niñez. La vida fue pasando de un arco iris intenso de todos los colores, a un gris pálido estable sin mayores saltos cromáticos. Incluso el sexo, empezó a regularse por completo. De las viejas épocas de hacer el amor en cada baño de un mismo centro comercial, un día se encontraron acostados a la misma hora, el mismo día de la semana, en la misma pose y tomándose la misma cantidad de tiempo. Y ante el chiste de Ana de mirar el reloj y decir "bueno, que pose es la que hacemos a las ocho y media?", José Miguel solo reaccionó con una sonrisa sin lamento. Ella empezó a sentir, que el amor se volaba por las rendijas del suelo.
Por eso, al oscurecer el cielo, Ana María intentaba encontrar en la suave sonrisa de snoopy una palabra de aliento. Habían ambos preferido vender el infierno y comprar un pequeño pedazo de cielo. La duda surgía,¿qué tan buen negocio era, qué tan justo era cambiar felicidad por tranquilidad, era acaso preferible quemarse en el subsuelo, al son del vallenato puro, la lujuría incontrolable y la locura sin esfuerzo, o morirse de tedio y aburrimiento en un paisaje blanco e inmáculo, unas alas muertas y el bamboleo eterno de un arpa sin imaginación o lamento?
Snoopy no decía nada. Las lágrimas de Ana María cortaban el silencio.
A medida que sus suspiros se dejaban llevar por el viento, sin pensarlo pero obedeciendo a su último deseo, snoopy empezó a vomitar las pastillas grises que a través de la ventana se aventuraron a dominar el vacío suculento.
Meses más tarde José Miguel y Ana María murieron en un accidente violento, intentando demostrar que se puede hacer el amor e ir conduciendo.
Llegaron al infierno entre las risas puras que brinda el amor verdadero. Sin límites, sin cadenas, solo mágico y puro entendimiento.  
 

El bus

Sin pensarlo tomó el bus. No sabía a donde iba o de donde venía, solo tenía presente que eso era lo que tenía que hacer, en ese preciso instante, en ese preciso momento.
Afortunadamente el transporte venía vacío. Tuvo entonces oportunidad de sentarse a dialogar con todas esas imágenes insensatas que sucumbían en su cabeza.
Un escorpión camina tranquilo por el borde de la rama de un árbol. En su camino se encuentra una hormiga sucia, perdida, confundida por la reciente lluvia que inundó su nido. Sin dedicarle siquiera una mirada de arrepentimiento, el escorpión la troza en dos, como quien desahoga su poder en una flauta de pan francés. Los pedazos sueltos de la hormiga vuelan entre un aire de temor y avivamiento.
A través de la ventana manchada esteban ve pasar la ciudad. Pasan los niños descalzos que persiguen la felicidad escondida en un trozo de suelo. Pasan los ricos onerosos en sus flamantes carrozas de desprecio. Pasan los enamorados tristes, deseosos de un tiempo singular, único, eterno.
Sin embargo, nada lo sacaba de su trance de muerto. Lo que más le ardía en el alma, era haberle visto a paula esa cara de orgasmo locuaz, simple, sin misterio. Años de hacerle el amor le habían enseñado con gran precisión cómo eran sus tiempos. Qué era verdad, qué era etéreo. Y así desde la lejanía, esos ojos sueltos, esa arruga suave en su frente, aquella boca abierta gimiendo sin desespero, eran mucho más de lo que él pudiera por fin odiar sin reconocerlo.
Una hormiga se repone del diluvio que representa el invierno inclemente del mes de marzo. Se seca tierna sus antenas con un solo pensamiento en la cabeza: volver a su hogar.
El bus empieza a llenarse de gente. Una señora con un ego de aproximadamente una tonelada, intenta abrirle paso a su cuerpo que claramente le iguala su alma perdida en el peso. A punta de argumentos cargados de una retórica insulsa, ahuyenta a su audiencia por el tono desesperante de su voz. Un ladrón de años, aprovecha la oportunidad para darle rienda suelta a lo que considera su mejor pasatiempo: restregarle su impulsada virilidad a las jóvenes sueltas sin importar su edad o aliento. Una hermosa y extraviada adolescente, resabiada en los tocares de otros cuerpos, siente como ese angustioso miembro la busca sin mayor pretexto. La niña vuelve de su encierro. Reacciona con el fuego fatuo de la ira santa envuelta en violencia viva. Una guerra mundial se desata en los pasillos sórdidos del bus, sin que no haya mayor pronunciamiento o interés por parte del conductor. Entre los gritos, las groserías, los raponazos, las balas de cañón, los entierros, los animales perdidos, un incendio, esteban se desata en un llanto frío sin remedio. Quiere devolver el tiempo. Quiere volver donde paula a recordarle lo mucho que se aman. Quiere reponer el arrepentimiento. Quiere ser él el dueño de esos fuertes orgasmos que detienen el presente. Quiere ser hormiga y luchar contra escorpiones de todos los tamaños, de todos los colores. Quiere vencer ese estúpido vació en su estómago incierto, y levantarse fugaz de su zombie aletargamiento.
Un riachuelo de gotas grises, se abre paso por medio de los matorrales nuevos. El aguacero lo limpia todo. El ambiente respira un aire virgen libre de encierro. Cientos de hormigas, aprovechan los cadáveres de sus vecinas para realizar un festín de bienvenida al invierno. Un ladrillo mal colocado hizo que el caminar de las aguas llovidas a través del suelo, fuera el desatino de las unas y la suerte de las otras. Un búho sonríe ante las ironías del entre juego. El hormiguero inundado era más grande, más fuerte, más vigoroso y propenso, a ser dueño del terreno.
Después de las acostumbradas requisas, pesquisas, interrogatorios y torcida de ojos a lugar, esteban logra subir nuevamente al bus. La guerra desatada entre las furias mixtas de los usuarios incandescentes, por el momento solo deja un reguero de exaltaciones candentes, que se empiezan a enfriar con la presencia de la policía y el desapruebo de la muchedumbre de costumbre. Entre la confusión de la lucha, los gritos de esteban fueron asumidos como una versión más, del transeúnte de turno que pierde los estribos ante la coyuntura demente.
Un poco más calmado gracias a la catarsis reactiva, esteban vuelve a su puesto y recuesta la cabeza sobre el aún manchado vidrio del bus. Cae en un sueño fluorescente. Ahora es un escorpión gigante que camina suntuoso por su verde reino. Nada lo detiene, es un bulldozer infernal que arrasa todo lo que encuentra en su camino. Está pleno, la seguridad del amor de su esposa le otorga el poder de arrancarlo todo, de no tener en quién depositar sus miedos. De repente, está nuevamente encerrado en el closet de su casa de acuerdo a las recomendaciones serias de su mejor amigo. Alcanza a ver a su esposa entrar al cuarto, desnudarse rápidamente, caer en pleno. La ve gozar de un placer que no es el suyo, la ve besar y chupar y realizar cosas que siempre fueron inimaginables en sus encuentros. Peor aún, cuando su esposa termina jadeante del amor eterno, esteban nota la felicidad en su sonrisa de consuelo. Ahora es una hormiga partida por mitades que se enfrenta al viento.
El señor conductor del bus tiene la decencia de despertar a esteban, en algún recóndito de una ciudad que duerme sin un porqué verdadero. Esteban duda en bajarse del bus, no sabe que rumbo tomar, ni mucho menos qué hacer con su vida. Al bajarse y sin quererlo, con su pié derecho estripa un escorpión hambriento, que venía pensando en las hormigas sin consuelo.



Un hombre

Un hombre es muchos hombres.
El primero se llama perséfone. Vive en la imaginación eterna, le gusta soñar sobre el futuro que no conoce, le gusta dibujar máscaras en las nubes. Se transporta en las tragedias, se contempla en el llanto. Porque eso es lo que le gusta imaginar: tragedias y llantos. Solo pinta paisajes oscuros llenos de muerte y contemplación. La muerte como escape, el fin de su vida presente para darle paso a una mejor vida, la oportunidad de sobreponerse con fortaleza al dolor impuesto y brindarle un rumbo certero a lo que tiene. Representa un anestésico que calma la ironía del ahora, con las lágrimas del despúes, las cuales le daran la fuerza que no sostiene.
Se siente bien, se siente drogarse con una gloria que no existe pero que es necesaria. Es borrar el yo, para pintar un super yo que emerge del fuego consumiente. No quiere hacer ningun daño.
El segundo se llama israél. Su arma es el control. Ataca con la dureza de años de entrenamiento y con la certeza de su inteligencia feroz. Pero no renace en la inmediatez del encuentro. Primero cavila en silencio, en su encierro. Arma sus argumentos con esmero, con la finura de un cazador violento.
Llegado el momento, se apodera por completo. Atropella con sus palabras, adorna con el manoteo de su voz. Es indolente, ametralla, golpea, sabe qué tiene que decir y cuándo y cómo decirlo, de forma que remata cualquier respuesta, vence cualquier objeción.
Se siente como un viento huracanado que exhala del centro de mi estómago. Se siente bien liberar la presión presente.
No quiere hacer ningún daño.
Israel tiene un primo chiquito llamado Anibal. Anibal le pone la punta a las flechas que ha creado Israel. Son puntas que nacen de conclusiones sin nombre. En dos segundos es capaz de armar historias atroces que rompen cualquier ilusión. En una mirada ajena entre dos conocidos, es capaz de reconocer el deseo de volcanes de lujuria. En la simpatía del agradecimiento, supone la duda de la infelidad. Desvía la generosidad de los pretextos. Arma gritos donde hay meros susurros, tempestades en riachuelos sin sentido.
Israel es fulminante, pero no dice nada. Solo nace en la punta de mi cerebero y baja como un rayo al vacío de mi barriga.
Claramente no pretende ningún daño.

Lorena...

Cierro los ojos y mi mirada te persigue. Te desnudas con esmero, soltando tu ropa, tus miedos, y uno que otro recuerdo de la infancia.
Mi humanidad te espera. Mi pene te sentencia heroico, cual cazador ansioso relamiendo su blanda presa. Soy un huracán sonriente esperando arrasar tus islas viejas. Me sostiene inmerso y tranquilo, la sentencia segura de los segundos que esperan temblorosos la increíble atracción amorosa de nuestros cuerpos. Relleno el silencio oscuro, con el eco basto de mi corazón imponente.
Llegas a mi. Me montas. Te penetro sin espera. Siento mi alma se escurre e ingresa sin escrúpulos al candor suave de tu vagina mía. Descubre (mi alma), los repliegues hermosos de tus cavernas, las marcas alegres de tu paredes, la humedad sonsa de tu sonrisa.
Me llenas. Siento tu aliento fundir mis palabras presa a presa. Te amo sin detenimientos. Me suelto dejando que comandes el andar propenso de este tren sin frenos. Mi huracán me retuerce la entraña, y siento cada órgano cambiar su puesto, cada costilla caer en un desvanecer sincero, cada lágrima sonreír por completo.
Tu sudor me llueve, tu cara me arranca gritos soberanos de poder sombrío, tus uñas me dibujan graffitis necios de entrega sublime, tus ojos se pierden sinceros en esta novela sin fin conocido. ¿Somos? ¿Estamos aquí presentes o vivimos un sueño perdido de oliveira, haciendo el amor escondidos debajo de sus cuartos fríos, sus miedos sensatos y su sabiduría inútil?
No importa, el verano cambia de posición. Ahora mi sol te ilumina incandescente y te rompo tierno hueso a hueso. No puedo detener el correr esmero de mi pene erecto. Sale disparado a ganar los 100 metros, salta vallas, lanza garrochas, muele montañas y apaga infiernos.
¡Qué viva la vida mía y tuya bendecida por este presente eterno!
Nos convertimos entonces en un ying y yang que revuelve ciego y confunde al espectador distraído. Subimos, bajamos, cambiamos. A veces encima, a veces debajo, a veces al lado. Soy verde, amarillo, rojo. Eres viento, caramelo espeso, fluir intenso. Los minutos se detienen, se alargan, se transforman.

Y aquí termina precoz este relato sublime, mientras nuestros cuerpo siguen allá en nuestro recuerdo, amando el amor infinito e indiscutible.

Otro sol de la mañana

A veces el sol de la mañana que se cuela por las rendijas de mi corazón me encuentra llorando por vos. No solo por vos, sino por todo: por la muerte, por los geranios tristes, por el desconsuelo de mi razón. Siento como si dios se parara en un balcón imaginario y dejara caer sobre mi manotadas y baldes y bultos y volquetadas  de tierra. Una tierra negra y espesa que me carcome la sonrisa y me hunde zombie en el profundo resentimiento del desespero.
No tengo a nadie. Caigo y caigo y no encuentro la mano que ha de salvarme. Ni siquiera el demonio falaz, al que le hablo y le escribo, puede sostener su carrasposa e inmunda pezuña para sostener mi dolor.
 

La mañana del sol

Anoche tuve un sueño.
Estaba encerrado en una esfera de cristal mientras una arena suave, cremosa y brillante me abrazaba los pies a medida que se iba diluyendo y desapareciendo de forma misteriosa.
El bus de la mañana no le hace remedo. Sigo encerrado, pero esta vez por una manada de zombies pre históricos, inmersa su idiotez en exprimirle gotas de emoción y significado a sus teléfonos celulares.
La vida es un absurdo. No es más que un accidente interestelar aplacado por una sopa de pánico y entendimiento. Quizás el sexo sea la bendición, reminiscencia salvaje del amor soberano. Aunque al igual, es una trampa interpuesta ahí por la genética del momento.
El sol de la mañana nos sigue con su candor y sin embargo (¿más?), una nube de odio y recelo intenta opacar su canto de alegría. El odio y recelo de los zombies que nunca aprendieron a ser hombres. Sigo con ellos su camino y su caminar. Nadie sabe para donde va. Nadie sabe del porqué existe. Nadie es capaz de detener el paso y preguntarse a donde putas nos llevan. Gritar extasiado, que es esta burla infame del presente, que nos sumerge y aplasta en estas palabras sordas, en este puto mundo ciego, en este sentir del infierno.
Cierro los ojos y despierto.
Prendo el computador, y me pongo a trabajar.

La alfombra roja

Él sabía que se iba a morir.
Bueno, todos sabemos que nos vamos a morir, pero a él le llegó la infatigable certeza de la muerte el preciso momento que hundió su aburrimiento en los pálidos ojos de adriana. No la conocía, nunca la había visto, no sabía nada de ella. Mucho menos entendía de la valentía necesaria para emitir un misero sonido en su defensa. Y sin embargo, como un amanecer distante, ese segundo de luz infame fue suficiente para que cada célula de su cuerpo entrara en la razón profunda que entrega la sapiencia suma del resplandecer salvaje: el día que él se enamorara de ella, sus días estarían contados, sus meses serían pocos, sus horas se contendrían en un tic tac extenuante.
No se preocupó, porque aunque el destino se le presentaba como una alfombra roja con sus pies marcados en ella, la lógica del asunto era superior que cualquier presentimiento pusilánime. ¿Cómo podría acaso desenredarse la telaraña de sucesos incalculables para que ellos incluso cruzaran más que una mirada sin rostro en la lotería de encuentros fortuitos que se presenta a diario?
Así pasaron los años. Amores llegaron, amores se fueron, amores quedaron. Las muchas palabras, los todos sucesos, los increíbles pensamientos. La imagen de aquella ingrata extraña que no alcanzó ni a arañar el recuerdo de su aliento y fue mutando a un flácido imaginario de su juventud. Y aunque para él era completamente cierto y lógico que el amor hacia esa desconocida le propiciaría la muerte, las probabilidades del encuentro eran tan extenuantemente lejanas, que a medida que la arena se iba escurriendo en su cápsula de cristal una extraña sensación de holgura y comodidad se fueron acentuando en su entraña. Algo así como la risa prepotente de la inmortalidad.
Todo esto cambió de repente.
Una mañana desprovista de inclinaciones o veleros, un terrible dolor abdominal hizo que bernardo despertara a las palomas del campanario con sus alaridos. Media hora más tarde, en presencia de un vecino médico, dos bomberos, el portero del edificio, tres palomas en la ventana y los infelices ojos de su pez dorado, los dolores desaparecieron. En el mientras tanto, había emanado de su ser tal cantidad de basura, fluidos e improperios, que el párroco comunal venía ya doblando la esquina con una estaca de madera en la mano.
Mientras se reponía del encuentro con el infierno, bernardo no podía dejar de pensar en adriana. Y por más que forcejeaba esa puerta no encontraba como abrir dicho recuerdo. Sabía que había ocurrido, tenía clara la sensación de su rostro, certeza de la fatalidad del encuentro. Pero miles de años de inutilización habían prohibido que las piezas se juntaran. A medida que las recomendaciones del vecino se iban aglomerando en su oído izquierdo y él se acariciaba torpe el lugar del suceso, sus ojos se desbarataban en encontrar algún rastro fortuito que le sacara de la ignorancia rancia. No quería morir, y para él, su única alternativa era encontrarla a ella, a adriana, su fatal coincidencia.
De ahí en adelante su vida se volvió un alternar entre los ataques supremos de dolor infalible, los cuales eran cada vez más frecuentes y profundos, y la reconstrucción inequívoca de aquella lejana de cabellos solos y ojos cautivos que se había atravesado en su vida, sólo por el gusto de brindarle la asquerosa muerte.
Y así, ante la angustia que presume la persecución del fantasma esquivo del final supremo, bernardo fue armando alrededor de adriana un laberinto completo de ajustes y precisiones, memorias, juicios y deducciones, hasta el punto de saber exactamente quién era, cómo se llamaba y a qué sabían sus palabras.
Lo que él no cayó en cuenta, es que a medida que iba acumulando los detalles ínfimos de la personalidad esquiva de aquella sombra del destinar del universo, sin quererlo, o quizás queriéndolo pero sin aceptarlo, poco a poco bernardo se iba enamorando sin locura  pero con la seguridad del viento, de aquella espléndida mujer por la cual estaría dispuesto a entregar su último aliento.
La verdad, adriana se había muerto tres meses después del encuentro, cuando una bicicleta desprevenida la arrojó sin intención de un puente solo a metros y minutos de un segundo encuentro con bernardo, sin que él o ella tuvieran la menor idea del suceso.
La verdad, adriana no era ni sombra de lo que bernardo había imaginado, hasta el punto de llamarse María Alejandra Ramirez Vega, vivir en otra ciudad y de tener una vida enmarcada en la ausencia de temores o aventuras lejanas.
La verdad, bernardo murió escupiendo su nombre (adriana), promulgando su amor entre la baba verde y el dolor sin sustento, creyendo hasta la muerte en el destino estúpido de aquel insulso encuentro.

Debería

No soy nada, no soy nadie. No soy más que un amasijo de carne, huesos, pasiones e imaginarios, flotando en la inmensidad etérea del caribe atlántico.
Veo en la televisión a un hombre hermoso hacer un gol con el estilo y la fluidez de un pintor sin hambre. Su fuego causa admiración y envidia, y más sin embargo, me parece que su arte no es más que el ridículo reflejo de una raza sin suerte ni futuro. Su gloria se me hace inocua, estúpida e inmarcesible. Y no quiero decir que sea inmarcesible como eterna o inmarchitable. Quiero decir inmarcesible como profunda y empalagosamente inmamable como el himno nacional.
Sigo quieto a la merced de las olas sin trascendencia. Abro los ojos para descubrir un horizonte amarillo, turbio e irreconocible. Una visión certera del que hacer de los hombres.
Un gordo hediondo de dos mil kilos baila con la barriga al aire, con una peluca sucia y con el aliento fuerte a aguardiente picho, los éxitos recuerdos de shakira mebarak de barranquilla. Qué asco. Quién será más podrido, el arte vicioso de este pobre huevón, que un aparente modelar de caderas y ridículo se gana tres pesos para seguir hundiendo su inoficioso respirar en el polvo blanco del esplendor humano, o los cinco imbéciles que cagados de la risa le aplauden y sonríen. ¿Qué pretenden todos? ¿Cuál es el objeto de toda esta farsa? ¿Somos esto tu fantástico producto, dios de los ejércitos?
Ya no aguanto más. Mi cuerpo grita por fortalecerse con una cuantas moléculas de oxígeno. Debería ser más fuerte. Debería mantener por siempre mi cabeza hundida en este mar de lágrimas y heridas, y no salir nunca jamás. Debería silenciar por siempre los gritos de mi madre, del gato, de mi sombra. Debería ahogarme de angustia. Debería ahogar mis gritos con tu dolor. Debería llorar mis sueños hasta verlos florecer. Debería vivir.


A e I

Ismael era lo que llamamos un tipo refinado. Gentil y certero en sus formas, fino y elegante en su caminar. Sus principios, rígidos como un monumento viejo e intocable erigido a la feroz constancia de sus padres, su voluntad, sólida como el sustento sobre el cual caminaba. No existía mal que él no anticipara, ni desliz que él permitiera. El mundo para él, se desenvolvía segundo a segundo bajo el escenario estricto en unas leyes bienaventuradas de trasfondo divino, que ningún hombre tenía derecho o argumento supremo para intentar cambiar.
Alberto por el contrario, era un arco iris de emociones al galope triste, refundido en el significado de los sueños contrarios y la errancia de la poesía mística. Sus ademanes no tenían sentido, y sus pensamientos saltaban con tanta audacia de un tema al otro, que cualquier espectador distraído hubiera confundido el discurso fantástico de aquél quijote de los molinos, con la jerigonza barata de los dicharacheros de un circo.
Sin embargo, el día que se encontraron, ambos aterrizaron unísonos en el estupor de un clima incoherente. Sintonizaron la misma frecuencia de asombro, porque aunque no se conocían, su vestimenta era un reflejo contrario pero idéntico, de un modelo exacto pero traducido en un estilo distinto. Bluyín, camisa azul, chaqueta negra y tenis, cada uno descifrado de acuerdo a su propia sinergia sintética con la moda. Pero, no fue únicamente eso lo que los detuvo minutos largos en el bullicio de la trashumancia de la madrugada gris. Esa fue la menor de sus preocupaciones. Resultó ser que físicamente eran idénticos. Sus ojos revelaban el mismo ocre miel de las galletitas de cinco pesos de las tiendas baratas. Sus labios propinaban igual candor a las muchachas inesperadas. El contorno de su barba, el color de sus pestañas, el olor de su voz y la resequedad de su aliento, todo parecía una pieza calcada de un molde frío bajado del fragor de las montañas. Era tan impresionante la similitud de su apariencia, que los transeúntes hormigas saltarinas empezaron a disminuir el contorno de sus pasos y a sostener atónitos el estupor de su mirada, ante aquella escena insólita que desdibujaba la rutina pasajera. No faltó quien capturara la película en su celular alternativo, o aquel que esperaba ya depositar la limosna enérgica en lo que consideraba una representación distinta de los teatreros urbanos de turno. Los minutos sortearon el encuentro, hasta que uno de los dos tomó la decisión insólita de continuar su camino, sin que antes ambos se fundieran por completo en una mirada incrédula pero fraterna, en la que no comprendieron cada uno desde su mundo, que nunca y para siempre, sus vidas volverían a continuar al mismo ritmo.
Esa tarde, el vice presidente de asuntos importantes y financieros de la corporación colombiana de compras y servicios, Ismael Aranda, se detuvo un minuto en su presentación gerencial ante la junta directiva, para preguntarse públicamente por qué las luces de agosto no tenían el brillo formal del calor de septiembre, mientras que su contra parte, el instruido y carismático vendedor de libros, Alberto Ordoñez, encontraba un sin sentido los inmensos grafitis tristes del puente de la carrera novena con calle cien. Ambos hechos, aunque inusuales, pasaron luego inadvertidos por ambos personajes en su aventura ínfima, y no concluyeron en ellos el lento devenir del destino cruzado del encuentro fortuito que nunca debió ocurrir, ni conectaron su mirada profunda con lo que cualquiera pudiera considerar un errar de la providencia exacta.
Como un par de ondas sinusoidales en busca de sincronismo, lenta pero contundentemente, la formalidad y eficiencia del uno, se fue transformando en jardín espeso pero apacible, donde las abejas milenarias empezaron a tejer las historias de sus enanos grises, amparadas en sendos hilos de colores miles. En cambio de igual manera y en sentido contrario, los viajes espaciales y fantásticos del otro, fueron postergados minutos cientos, mientras se confirmaba por el temido departamento de contabilidad personal, que la viabilidad de aquellos vuelos imaginarios estuviera de acuerdo a la recientemente propuesta y decretada política de ajuste presupuestal.
Y así, mientras las gotas de lluvia escurrían el jardín del que iba y embadurnaban los cuadros, papeles y formatos del que venía, llegaba la hora y el momento que ambos no eran más que dos productos clones de una genética libre, hasta tal punto que sus palabras, pensamientos, dolores, chistes y redenciones, ocurrían a la misma hora y de la misma manera, sin que ninguno se diera por enterado del acontecer del otro. Incluso, tomaron el mismo avión a la misma hora, y sentados en puestos simétricos y opuestos volaron hacia algo que no era su destino, sin que tuvieran tiempo de reaccionar y hablar de la ironías inconclusas de la vida, como la del cuento aquel de dos gemelos que sin serlo, encontraron la felicidad tomando del otro el espacio necesario y ajeno que los llevaría a encontrar el tiempo y las ilusiones perdidas, y como no, la que ahora es, su inminente y desesperada muerte.

Se me refundió el papel

¿Y qué tal si un día te miras al espejo y ya no estás ahí? Y no hablo de que el espejo se haya dañado, o que por algún truco diabólico tu figura se transforme en otro rostro, en otra faz.
¿Qué tal si esa precisa mañana mientras en el terco afán de la rutina diaria, te miras como siempre a la ventana de tus sueños y descubres, que esos verdes ojos necios ya no son los mismos? ¿Qué tal si ese tu suave aliento, se siente frío y distante, y tu sonrisa no sonríe como tu sabes que sonríe, sino que se parte en una mueca sin sentido que te desconoce y se burla de tu asombro?
¿Podrás entonces acaso demostrarle al mundo jarto, que aquel hombre que se mueve distinto en tu ropa, que besa los labios de tu mujer sin mayor trascendencia, que habla con tu voz del apego que le tienes a las cosas que ahora odias, ya no eres tú?
¿O te quedarás atrapado en una maldición palpable, en una carcel sin ventanas ni salidas, en un holograma triste de un universo sin nombre, donde la verdad de tus días ha muerto, donde el amor se olvidó de tí y donde tus letras ya no significan lo mismo para absolutamente nadie?
¿Y qué tal si más bien te dejas de mirar al espejo, te terminas tu café, y sales corriendo a la oficina que ya se te hizo tarde?

El sol de la mañana

"Dime que me amas."
Mis palabras inertes en el eco reluciente de su sombra.
"Por favor, dime que me amas." -insisto.
La súplica tiene su impacto.
"Por dios alejandro, ya hemos hablado un millón de veces de esto." -responde.
Más que el peso de su enunciado, me aplasta insensato el odio fulminante de su mirada.
Horas más tarde sigo caminado zombie las avenidas de esta ciudad somnífera. Mi voz aún no me encuentra. Mis pensamientos son un amalgama espesa de mundos sin sentido. Me pregunto, afirmo, dudo, aseguro, lloro, nunca río, camino, me desvío.
Finalmente llego a mi hogar, mi ropa desnuda se tumba triste sobre el sofá blanco. El sofá que aún refleja su recuerdo. Quedo inmóvil y a la espera de que el sueño baldío me reconforte el remedo de alma que aún sostengo. Sin embargo, el sueño es como una hoguera siniestra que pone a hervir la amalgama espesa y la cuece a fuego intenso, agregando uno que otro imaginario distraído. Ella aparece desnuda regocijándose entre una colcha de manos, brazos, piernas de otros hombres y otras mujeres, que la tocan y complacen mientras ella despliega una sonrisa que se muestra como el pináculo triste de una venganza increíble. Sabe que la miro, sabe que sufro, sabe que su placer ajeno me parte el manojo de flores verdes que sostengo en mi mano. Corro hacia ella solo para descubrir, que su sudor y su cara de orgasmo se esconden detrás de la pantalla de un televisor viejo en un cuarto vacío. Ella lo reconoce y ríe. Cuando por fin encuentro el control remoto para terminar con toda esta farsa, a su vez el televisor viejo en el cuarto vacío se hunde, en otro televisor viejo en otro cuarto vacío. Y como una pesadilla estúpida sacada de cualquier episodio de la dimensión desconocida, quedo atrapado en un laberinto de ilusiones reiterativas, infinitamente agobiantes y donde la salida se esconde en la puerta de entrada en una cinta de sucesos crudos e interminables.
Me despierta el sol con sus gritos, graznidos, aullidos y gemidos. El olor a café me trae de vuelta a la realidad oscura de mis días. Aparece en la sala una mujer de mediana edad, poseedora de una belleza inquieta. Oscura pero inquieta. Sus formas aunque familiares, son distantes, más aún cuando llevo lo que parecen lustros persiguiendo a otra mujer a través de mis sueños.
"Anoche no llegaste a tu cama"
Su voz no tiene el tono del reclamo, sino más bien carga el peso de una tristeza honda y consistente.
Es carolina, mi esposa. Nos conocimos una tarde de abril bajo el sol del verano cursi. Nos amamos en el frenesí de los estudiantes pobres, haciendo el amor en los oscuros rincones de las estaciones del metro, contando monedas para compartir un simple sánduche con sabor a gloria y colándonos en las fiestas desconocidas con tal de burlarnos del vals, de los vinos, del ambiente serio y presumido de las celebraciones tristes.
Mi abuela solía decir que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Estoy seguro que lo mismo sucede con la opulencia, el poder y todas esas huevonadas que perseguimos como si no existiera un mañana. Los grandes sueldos, los cargos con nombres de muchas letras, los compromisos infranqueables, los hijos distantes, las posturas imposibles. Ahora no tomamos el metro, muchos menos volvimos a hacer el amor en las fauces del peligro. Somos el cliché hecho pareja, y yo, la remato dejando que mi corazón se refunda en busca del amor de una adolescente sin remedio.
¿Qué hijueputa locura es esta? ¿Por qué la vida se presenta así de incompleta y desordenada? ¿Por qué, mientras carolina se desnuda suave y tierna, me besa y empieza a hacerme el amor sin afanes, rencores o recuerdos, yo, aunque presente, no puedo dejar se pensar en carla, en sus enormes labios grises, en sus palabras fuertes a la hora de venirse, en sus ojos, en sus versos, en su despojada alma?
Por el momento la que se viene es carolina. Termina y me abraza. Antes de irse se detiene inconsecuente. Me acaricia el oído con su palabras.
"Te amo, siempre te voy a amar precioso. Me hiciste acordar de nuestras tardes en paris y su metro. Qué delicia!!"
Y yo, que al parecer también tuve un orgasmo precoz e intrascendente, me quedo ahí esperando que el sol se calle un segundo sus acusaciones febriles y sus reproches secos.
Yo me quedo quieto tratando que, el tiempo insensato y la vida inclemente, por fin se detengan.

Diacronía

Y si me miro profundo al espejo, no es porque quiera ahondar en mis líneas. No preciso reiterar la concepción certera de mi mismo. Ya bastante bien conozco mi geografía, mis ríos y mareas, mis vientos y climas, mis poemas.
Por el contrario, quiero saber más sobre el exterior invisible. Una cosa es mirar el mundo a través de nuestros ojos llenos de filtros de colores y velos inocentes, otra es mirarlo en vez por el minúsculo orificio que presumen los espejos muertos. Esencialmente, porque esta última realidad nos incluye. Estamos ahí presentes, como actores de un mundo que no nos pertenece y nos disculpa. Estamos ahí sin querer serlo, sin querer venderlo, sin querer hablar de ello.
Y me fundo en estudiar esta realidad que es ante todo, aparente. Quiero esculcarla. Quiero escarbar en sus luces, sombras y volúmenes esa, su certeza, su autenticidad, evidencia clara de su fatuta esencia y existencia.
¿Será? ¿Es?
¿Cómo sabemos que la realidad de los espejos es en verdad la forma inequívoca de nuestra constancia fuerte? ¿Somos quienes nos vemos? ¿Nos vemos los que nos encontramos? ¿Encontramos lo que queremos?
Y entonces espero con la atención densa. Mi mirada fija al viento inefable que surca la película que se va mostrando en la superficie lisa. Mis oídos y demás sentidos clavados de este otro lado. Intento, en un paralelo inequívoco, comparar segundo a segundo lo que veo a través del espejo contra lo que mis demás sentidos delatan sucede realmente.
¿Qué pasaría si entre ambos presentes se llega a generar alguna inconsistencia insana? ¿Si de repente la luz del estallido llega antes o después que su sonido, si de mi boca se pronuncian voces que escucho increíblemente a destiempo, si los vasos caen y se destrozan en el suelo duro reflejo y en mis manos no se rompen?
No sucede. Nada cambia. Son dos sincronías perfectas que no intercambian el menor pulso de incompensación.
Y profundizo sigo en el verde crónico de mis ojos solos. ¿Acaso tú, personaje inmóvil de mi apariencia cierta, siente lo mismo que late mi corazón absurdo? ¿Qué sonidos te abrigan en el frío incierto de tu vivencia inerte?
Guardo silencio interno. Detengo mis pensamientos. Sostengo la voz presente.
De repente me pierdo en el viaje eterno de la luz profunda. ¿Quién es quién? ¿Sigo siendo yo acaso, o me he adentrado en mi reflejo y él en consecuencia inversa, sostiene ahora mi propio universo? ¿Cómo hago para saber si lo que veo a través del espejo sigue siendo este plano paralelo, o es ahora la ventana cierta a la verdad conciencia? ¿Habré quedado atrapado en otro irreal firmamento, y será mi existencia alternativa la dueña ahora de mi mundo, mi piel, mi gato, mi mujer, mi ser?
No lo puedo descifrar. No tengo puntos de comparación o conciencia plena de lo que acaba de suceder. Y al final concluyo, no importa. Porque mundo, piel, gato, mujer, ser, también existen plenos a este otro lado del viento.
Antes de apartarme del espejo ante tal posible acontecimiento, miro por última vez mi reflejo. Me responde con una pícara sonrisa, como si él supiera lo que no es cierto. ¿O soy yo acaso, quién se está sonriendo?

sympathy

Así como hay cosas difíciles de decir, claramente hay cosas difíciles de escuchar. Esto es ambas.
Soy el diablo. Y no lo digo en el sentido figurado de que sea una mala persona, o restriegue mi existencia en el césped carmesí de los placeres mundanos de la vida.
En verdad, soy el diablo. El patas, belcebú, satanas, luzbel, el señor de las moscas, la cabra maldita, lucifer.... you name it. I am it.
Y sé que dicha afirmación es tan grande, tan poderosa, tan verrácamente inverosímil y difícil de masticar, que la reacción por excelencia de cualquier persona con algunos gramos de sensatez y unos mililitros de sentido común será gruñir en desprecio y descartar estas letras por algo mejor que leer en su entre tiempo.
Pero sí, soy el diablo. Aquel personaje mítico de las escrituras, el bello ángel caído en su osadía y desterrado en el infinito amor de dios, personificado por al pacino y robert de niro, odiado y temido, venerado (¿¡?), antítesis de todo lo bueno, de lo maravilloso, tormenta al cielo azul y dolor descontrolado a la felicidad austera.
Ese.... soy yo.
Y el porqué les hablo desde esta tribuna en esta voz y con este lenguaje, tiene una sencilla y básica explicación: aburrimiento. Blanco, plano, tenue y controlado aburrimiento. Quizás sea mi castigo infinito por haber osado levantar mi voz al candor divino... jajajaja. O quizás simplemente, mi tiempo es semejante al del viejito en la esquina, quien ve como día a día nacen, viven, ven televisión y mueren, generaciones y generaciones de mariposas dulces, mientras él sigue sin angustia, a la espera de que un evento descomunal lo siembre por fin eterno en los límites del cementerio.
Y al igual que el viejito, también estoy aburrido.
Aburrido de la eternidad mísera, del tiempo inextinguible y de las hojas del saúco que se rehúsan a caer al pavimento. ¿Te acuerdas cuando tenías siete años y tenias que esperar que tu mamita lilia (o como diablos se llame) saliera del salón de belleza mientras todo tu cuerpo quería abrazar el atardecer pleno y correr por los charcos olvidados con el ímpetu de una locomotora y dominar el suelo a gritos carcajadas? ¿Te acuerdas de la sensación, del corazón a medio trote, de la barriga vacía, del sudor en la lengua? Así me siento yo.
Y si, si siento.
Parte del aburrimiento es ese. La mala fama que tengo. La gente me presupone como una combinación entre pablo escobar y superman. O entre hitler y harry potter. Un ser absurdamente malo, dañado, perverso, con todo el poder del mundo.... ¿Saben cuán absurdo es eso? ¿Ustedes creen que si fuera absolutamente malo y poderoso, estarían cada uno de ustedes perdiendo el tiempo frente a este blog? Ya los tendría barriendo en rodillas con un cepillo de dientes al estadio maracaná después de un clásico, y no miren así que yo que putas voy a saber que clásicos se presentan en el maracaná, pero la idea es esa.
Y tampoco aplica para el otro lado. Dios tampoco es absoluto nada. Y ¿saben qué?, él también está aburrido.
Pero bueno, no quiero ahora que estas letras se centren en su espléndida majestad, todo poderoso, señor del cielo y la tierra, creador de todo lo visible e invisible, dios de dios, luz de luz,,,, jajajaja, NO!!. Además no saben lo que me burlo de esta perorata insulsa y para que no vayan ahora a tacharme como el hijueputa del paseo, también él se burla.
Pero bien.
Volvamos al aburrimiento. Sigo aburrido porque después de la extinción de los dinosaurios en este estúpido planeta no pasa absolutamente nada. Claramente el internet, miley cirrus y la segunda guerra mundial son un poco más entretenidos que ver a estos descomunales lagartos aplastar cipreses y divagar hacia el infinito sin entender pepa de lo que está sucediendo. Lo que me recuerda: de nada, lo del meteorito en yucatán fue idea y elaboración mía, por lo que ustedes malditas pulgas me deben todos un entonado gracias. Y si no saben de qué estoy hablando, a ver si le metemos más wikipedia a la vida ¿no?.
Yo la verdad pensé que ustedes como especie iban a ser más intrigantes. Aposté mis huevos que no iban a superar la crisis de la bahía de cochinos (no jodas, qué dijimos de wikipedia), o que la peste negra por lo menos habría de lograr que el mundo fuera dominada por los amerindios color canela y no por los pálidos y escuálidos europeos. Y no sean imbéciles que estados unidos también es europa, o se me olvida que a los gringos los colonizó el imperio tongo tongonez.
Esperaba más de ustedes en el sentido en que la conciencia es un regalo muy verriondo. Ustedes no tienen ni idea, ni valoran lo que es.... ser conscientes. El poder comprender su existencia, el maravillarse con el sensato azul del cielo, el enamorarse y desamorarse, el llorar de alegría, gritar de placer y reír de dolor, son un beneplácito del más alto calibre, que mereciera un poco más de perrenque para vivir, afrontar y ser dueños de sus vida.  Volvamos a los putos dinosaurios. ¿Les hubiera gustado seguir divagando bobos grandes a través de la planicie sola? O quizás, ¿ser un mosquito?. En este momento es en el que en verdad me gustaría ser harry potter y convertir a más de uno allá afuera en mosquito, para que se den cuenta de lo que estoy hablando. Igual, entre facebook, instagram, la novela de las nueve y el partido del domingo....todos ustedes no son más que una orda insensible de mosquitos baratos.
Y como ya los veo con esa cara de cómo es que el diablo nos está dando cátedra de filosofía barata y zapatos de goma (dios bendiga a charly garcía), los voy a contextualizar en mi realidad.
No tengo claro muchas cosas. No sé de donde vengo ni el porqué de mi existencia eterna, ni de donde proviene el poder de hacer las cosas que puedo hacer. Lo que si tengo claro, es que no provengo de dios, ni de zeus, o brahma o lo que sea. Soy, y he sido, y el objetivo de mi existencia como yo la entiendo requiere que les implante un par mas de microchips en el spaguetti neuronal ese que llaman "ser" para que puedan acercarse a mi razonamiento.
Les voy a explicar qué soy con un ejemplo. Imagínense van caminando solos por la planicie urbana. Se aparecen un par de ladrones (no los envié yo). Después de casi desnudarte y amenazarte con mandarte a venir a visitarme, se llevan todo.... a excepción del anillo de compromiso que tu abuelo le entregó a tu abuela hace casi un siglo. Y te quedas con esa duda metódica, circunstancial, aparente... de no saber si lo que acaba de pasar es un milagro, o una maldición, porque si que odiaste a tu abuelo,.... pero si que amaste a tu abuela. Te quedas perdido en un anagrama de sentimientos prehistóricos y sensaciones exógenas sin que el hecho de estar perdido en ropa interior en la mitad del universo conocido tenga la menor importancia. Ese, soy yo. Soy la pregunta constante, la casualidad inconclusa, el milagro revuelto, el hecho encubierto. Soy el número de baloto escondido en la baraja de cartas que acaba de caer al suelo, soy el bus sin frenos que no te atropella a tí, pero estampilla a tu novia con la que te ibas a casar pasado mañana (igual te estaba cachoneando). Soy el punto negro, en el lienzo negro. Pero soy el punto que te hace querer que mejor todo fuera blanco, o que te hace preguntar por qué no rojo, o por qué un lienzo y no un pedazo de cartón corrugado de esos en los que empacan las lavadoras cuando son nuevas. Soy el paso diminuto con repercusiones trashumantes.
No tengo nada que ver con el mal, con la infelicidad o los malos momentos. El mal como lo entienden ustedes, no es más que una visión de las cosas planas y sin trascendencia con las que mi competencia y yo jugamos. Nosotros creamos los escenarios, ustedes toman las decisiones y se pueblan con sentimientos y emociones. Y digamos que, ese pedazo de la historia es interesante, o lo fue hasta un corto instante. Porque a la larga, ustedes son tan increíblemente predecibles y tan orgánicamente producidos en serie, que poco asombra que la historia sea un espiral inerte de repeticiones inconclusas y visiones cansadas. Y por si lo estás preguntando, le hemos metido algo de mano a la vida y a la evolución (como lo de los dinosaurios), pero nada que ver con el increíble y ahí si milagroso poder que tiene la vida para ser y estar.
Mi existencia también es un milagro con el cual he convivido por eones, y he tenido mis momentos de desentendimiento (el oscurantismo) y periodos de meterle full la ficha (el renacimiento). He pensado mucho en salir corriendo, pero a diferencia de ustedes malditos pusilánimes, no puedo suicidarme. El suicidio es un poco improbable para un ser inmortal.
Y pues ya. Ya también hasta me aburrí de escribir.
Me voy a pudrirme de soledad y desespero mientras elvis y hendrix siguen jugando póquer en mi sala, y yo, decido si en el siguiente bus que tu tomes vendrá el amor de tu vida.... o el amor de tu muerte.

Hey, apaga la luz.

Entro al cuarto y prendo la luz. Finalmente no hay mucho que ver. Solo un arrume de libros viejos y poco usados. Palabras inertes y cándidas para este viejo incierto. Nada que a la larga pueda quitarme la tos o vencer mi adormecimiento.
Y me quedo mirando la luz por largo tiempo. Tanto, solo para esperar el mejor amigo que los años pueden dar a un hombre desierto: el embriagarse triste en sus recuerdos.
Me acuerdo cuando le hice el amor a carolina. La conocí una tarde de carcajadas ausentes, miradas esquivas y cervezas ardientes. Aunque habíamos cruzado palabras muertas en cualquier clase verde, esa tarde nuestra rima fue más poderosa que los intentos. Terminamos en su cama, ella borracha e inconsciente. Yo poderoso, lleno, increíblemente apuesto. Le hice el amor a mi manera, rápido silencioso, nada extenso. Me vine sin preámbulos, sin gemidos, sin acento. Cuando me salí, la descubrí absorta en quién sabe que pensamiento. No la volví a ver. Quizás por el olor de mi desacierto. Tal vez por el temor de la ausencia en la que se fundieron nuestros alientos.
De ahí salto a mi primer entierro. Mi madre, muerta sin resentimiento. Su cuerpo suave y espeso al mismo tiempo. Sus sermones aún presentes. Lloro, pero no lo intento. Suspiro, pero no lo entiendo. Me río, pero no hay consuelo. Qué habrá después de la muerte, le pregunto al universo. Y qué si dios nos espera sonriente en la puerta del infierno. A dónde iran a parar nuestros sueños una vez hayamos mordido este anzuelo. Por qué te vas madre.... por qué no me expresas tu amor de muerto. Por qué ya tus palabras no crean surcos para mis lágrimas y mi desconsuelo.
Y ahí se acaba este viaje eterno. Para que más memorias, si ya me quedo quizas sin aliento.
Apago la luz y espero que dios allá en la puerta de su infierno, haga lo mismo con esta estúpida existencia mía y cierre el interruptor, me de paz, quizás temor, quizás sencillo, tierno y sincero arrepentimiento.

In the mountains...

Stay still. Don't say a word. Just listen to my heart.
I love you, beyond any doubt, beyond any reason. Beyond what we are, what we were, what we could've been.
Just let my lips touch your skin. Just let my hands follow the flow of the wind. Just let us be, and be in this moment.
Let me sit here behind you, and we both behind our fears, behind our deepest sorrows.
And now let me go, you knowing I will love you forever, me not knowing if I'll ever see you again.

Pánico

Tengo miedo.
Pero no ese miedo flash, rápido, fulminante, que uno siente como cuando lo van a robar, o a despedir del trabajo, no. Es más bien un miedo de siempre. Un miedo de saber y vivir el presente. Un miedo inconcluso pero certero, una constante apuesta a no querer ser, y peor aún, a no querer ser uno mismo.
No sabría identificar cuándo empezó, o si en verdad empezó o no, o simplemente ha hecho parte de mi genética más profunda durante quizás eternamente. No tengo idea del porqué está ahí, si soy sólo yo, si puedo formar acaso un grupo en facebook "yo también tengo miedo y me atemoriza saberlo", o si puedo mejor salir corriendo.
Y en estas noches oscuras, no porque obviamente las noches sean oscuras, lo cual sería algo reiterativo, sino porque la soledad de mi condición humana me sumerge en la ausencia más profunda, me pregunto... qué pretendo.
Qué es todo esto, de dónde viene esa innombrable e inexplicable avalancha de olores, amores, sentimientos, que son finalmente uno mismo. Y qué un día por la mañana te llevan a correr de un sólo envión doce kilómetros, porque quieres emular a la mujer que amas, y por la tarde te llevan a salir corriendo, pero no seguir corriendo corriendo, sino simplemente escapar hasta morir sonriendo. Y no volver a saber de nada ni de nadie, como decían elocuentes las mamas de mi generación perdida, y nadar sin suerte hasta la isla olvidada de la película el naufrago, y pasarme el resto de la vida hablando estupideces con un balón de fútbol, yo sé que era de voleybol, pero yo quiero que sea de fútbol porque odio el puto fútbol, y si voy a pasar la eternidad ahogado en los insulsos diálogos de un perdido, aunque sea que sea con alguien que pueda odiar hasta perderme.
Y aún así, sigo sin enterderte.
Y le pido a dios que me diga algo. Que si quiere me marque, me escriba un whatsapp, se prenda flamas en forma de un arbusto ardiente. Pero que por favor, hago algo para calmar estos deseos inconclusos de no tener miedo, de ser fuerte. De saber que sabor tiene la vida, que mirada me propina la muerte. Le pido a dios, que si ha de encontrarme por la calle, me llame por mi nombre y no me vaya a dejar a mi propia suerte. 
    

El pañuelo carmesí

Francisco era un hombre hermoso. Su insensata belleza parecía estar fuera de toda lógica universal, y sería mejor describirla a través de los límites impuestos al esplendor de ángeles y querubines, antes de ser dictada por cualquier patrón de lo que humanos y demonios consideramos un ser normal.
Su poder le fue certero aquella tarde de lluvia y temor en la que la novia de su hermano mayor desafió toda consecuencia natural, y en una explosión de atrevimientos, lágrimas y emoción, decidió enseñarle a aquel crío de doce años los pormenores del amor corporal. Fue tal la obsesión de aquella adolescente ilusionada, que un año más tarde cuando aún seguían haciendo el amor entre las maletas olvidadas del ático, ella le propuso entregarle la fortuna de su familia, la fuerza de su corazón, y hasta la vida de su perro, con tal de tener por siempre y para siempre la cándida sonrisa de aquel bello niño. Y aunque él no tenía ni la más mínima idea de como negociar en las ruletas del amor trascendental, de su alma intrínseca explotó un "no" tan profundo, que meses más tarde tendría que ser testigo del funeral atónito de la extraviada madre de su propio hijo, que no soportó la presión de cargar en su vientre el producto de tan inhumano acto.
De ahí en adelante, el ardor de su cuerpo fue explotando como una cordillera emergente entre el temblor y el ruido de la fogosidad de sus volcanes. Nunca tuvo que buscar quien quisiera entregarle su sexo. Le brotaba en cada esquina, en cada fiesta, en cada pasillo, en cada suspiro y momento. Mujeres y hombres, se apostillaban todos bajo sus pies, y él, simplemente los usaba uno a uno, a veces todos al tiempo, para abrirle la puerta a esa lujuria sin freno que dominaba su pensamiento.
Sin embargo, irremediable e incuestionable mente, su corazón parecía estarse sumergiendo en la próxima era glacial. Con el pasar de los años, sus sentimientos se iban deslizando a través de una cascada vacía y sorda, que no atendía ni a las declaraciones de amor que le llegaban en forma de dinero, cartas, promesas y sombras, ni a los llorosos ojos de sus enamorados pusilánimes que lo veían partir indiferente luego de cada ronda.
Para él el amor no era más que un pretexto. Un palabra insulsa en los cuentos que desechaba sin lamento. Un grito desesperado de las almas sin sustento.

Así y sin embargo, una mañana cualquiera de un viernes sin nombre, encontró una mirada que no pudo descifrar. Unos ojos excesivamente tranquilos ante la tormenta elocuente que significaba su presencia. Incluso, parecían cargar una pena y dolor ajenos, que contrastaban en diámetro al deseo y fulgor que generalmente desencadenaba su mirada. Y sin saber cómo y en qué momento, quedó plantado y pasmado en la ignorancia fatal, hasta que lo absurdo de su atónito encierro lo llevó a recapitular por fin algún movimiento.
Lo más extraño y confuso, fue que días más tarde habría de tener un encuentro similar con su doctora de turno. Sólo el peso de las palabras pudo abstraerlo de la ausencia de sentimiento que le originó dicho descubrimiento. "Cáncer testicular señor gómez, la situación es irremediable..."
Nunca supo que provocó ese llanto necio que apareció en el verde de su alma desnuda, si la inminente ruina de su destino, o el hecho que el dolor en la mirada de su doctora de turno tuviera la misma ausencia de esperanza de aquella desconocida que marcó su eterno nombre.
Y sin mayor preámbulo, una mano blanca inmaculada le extendió un suave pañuelo carmesí para que depositará allí su ánima. Era la extraña desconocida, que esta vez sonrió, y que parecía estar esperándolo a la salida del consultorio de la doctora de turno.

De ahí en adelante fueron inseparables. Se veían en cualquier momento y conversaban hasta el amanecer. Él recordando sus inútiles conquistas, enumerando la inquietud de sus orgasmos, burlándose de la insensatez del querer humano. Ella narrando unas historias carentes de toda lógica, escondidas en los anaqueles de la imaginación y que nunca hablaban de sus temores o sus deseos. Siempre de extraños sin procedencia, absortos en la infinidad del tiempo y el espacio, sin vínculo aparente a su presencia.
Él se iba ahogando en su enfermedad y en la ternura con que aquella hermosa mujer le acariciaba el pelo. Ella, siempre inmune a las certeras flechas que le lanzaban los ojos desesperados de aquel agonizante ángel.

Finalmente el dolor de su cuerpo hizo que su corazón pronunciara las palabras que sus labios jamás habían podido tocar. En un "te amo" silencioso pero elocuente, Francisco descubrió que su belleza ya decadente, no era nada ante estas gotas de lluvia que sentía caer en su alma, en este estallido de júbilo que apaciguaba la agonía de su físico, en este sol que iluminaba aquel oscuro recuerdo de lo que jamas fue y ahora dejaba de ser para siempre.

La muerte le ayudo a ponerse de pie, tomándolo con su suave y blanca mano. Juntos se fueron alegres caminando, mientras el mundo entero alrededor de su cama empezaba un remolino de gritos, llantos y ausencias.

Se fueron a hacer el amor allá en un lugar que nadie recuerda. Él por fin completamente lleno en el sentimiento entero, la muerte, preguntándose que era aquel salpullido que le empezaba a brotar en el lado izquierdo de su inmaculado pecho.


Saben...

Saben, tengo que confesarles una cosa.
Yo hablo solo.
Bueno, esteeee, no sólo hablo solo, de cuando en vez también me saco los mocos. Y pues claro, eso poco importa.
Y pues si, ya que estamos en las minucias, no sólo hablo solo, me saco los mocos, sino que también durante los insomios delirantes me masturbo sin consideración por la monita del 503. En serio, está muy buena. Y eso si que es relevante mijo!
Pero bien, el problema no es que hable solo, porque a la larga me imagino que todo el mundo de una forma u otra lo hace. El rollo es que me mando unas discusiones de un subido, y lo hago de tal manera, que pues claro, ya creo que me tienen en la mira los loqueros de turnos. Es que es eso, no hablo solo, DISCUTO solo, y ese es el mierdero.
Por ejemplo me mando en lanza y ristre contra el imbécil que se le ocurrió la brillante frase, todos los caminos conducen a roma.
Marica que tonto, cuáles todos los caminos conducen a roma. A roma el barrio del sur, será, y ni por esas. Si cojo cualquier camino y los hay muchos, seguro termino en villeta, suesca o güalanday... y ni por el putas en roma. Marica si eso es en otro continente.
Y cuando menos, de repente del lado oscuro de la luna me sale el comentario que no sea superficial, que es una frase en sentido figurado usada en el antiguo imperio romano que se utiliza hoy en día para significar las infinitas y distintas posibilidades de lograr un mismo objetivo de maneras desiguales. Y yo que no, que me importa un escúalido, que el único imperio era el de Darth Vader, y que él no necesitaba llegar a roma, porque quién quiere llegar a roma si se está comiendo a Natalie Portman, y qué si hombre, qué si, que si quiere use el pinche celularito ese para guglear el tema.
O si no, y a pleno grito y en plena marcha, que no será que a superman se le pára.
"¿Se le pára qué perdón?" dice el oscuro.
Pues el pipí huevón, el pipí. La verga, el miembro, el dedo sin uña. El pipí.... o mejor será. El super pipí. Porque si es superman, pues tiene superpipí. O es que me va a decir que es que en kripton los niños salián de los huevos, o aparecían por ahí espontáneamente o qué.
Y claro, el oscuro intenta callarme ajustando que no sea así, que el nuevo mito de los súper héroes ha llegado para darle a la sociedad un piso psicológico que le permita lidiar con la cotidianidad de manera aparente, y sin menor daño alguno, que no tengo porque empañar dicha visión con las vulgaridades de paso.
Y yo que por qué no. Si ese man... o mejor super man, con ese vestidito todo ajustado debe sentir hasta el más mínimo roce cuando vuela. Además con su súper olfato, debe ser capaz de identificar a las hembras en celo a kilómetros o millas a la redonda, y atravesar con sus rayos x todos los vestidos, bluyines, faldas.... marica, se imagina?? La súper verga súper parada todo el puto día.
O qué tal, yo alegando que el divino niño debió haber sido un niño muy solo. Quién putas va a querer jugar a las escondidas con un chinito que claramente tiene la facultad de saber en que punto y hora está puesto cada compañerito. O de pronto no, de pronto los amiguitos lo quieren mucho porque se imagina, un equipo de renacuajos jugando futbol con el divino niño de arquero?? Marica, putamente invencible. Ni por más radamel james pele armando guarín que tengan los contrarios. Nadie le mete un gol al divino niño.
Y este man se coje la cabeza, o yo me cojo la cabeza... Ni sé quién se coje la cabeza, el hecho es que grito, lloro, me manoteo, alego....
Y la gente tiende a notar esas cosas, y hablan y me miran y señalan, y me ríen... y yo no sé que pensar o hacer.
Así como lo hacen ustedes en este momento, con esos mismos ojos. Y yo me quedo sin que hacer, sino solo salir corriendo.
Señor, ¿me deja en la esquina por favor?

Qué pretendes...

No sé que pretendes con tu silencio.
Si a la tortura de la ausencia de tus besos, quieres añadir ahora el flagelo del destierro de tus palabras, no me queda más camino que sentarme a esperar que los nubarrones negros del cielo se posen ahora sobre mi cama, a que la muerte me gane las llaves de mi encierro en un juego de naipes, y a que se marchiten temblorosos los azules astros del poéma de neruda.
El porqué insistes en negar éste amor pleno y relleno que desafía toda lógica, es para mi un misterio tan profundo como el nacimiento de aquellas florecitas tenues al borde de la autopista asesina, o la mirada comprensiva de los muñecos de nieve, o el vaivén oneroso de la cama de los enamorados.
Sólo pretenderé por un momento, que tu hermetismo irreverente obedece a la alineación inadecuada de las galaxias planas, o a la mala lectura que sin embargo he hecho de las runas del i ching.
Lo que nunca aceptaré, es que tú al igual que yo, has dejado de amarme.

Mil hojas

Y me paro enfrente tuyo. Lloro. Te enseño mis manos manchadas de lágrimas, pena y dolor. Volteas tus ojos. Mi corazón estalla ante la incertidumbre de tu gesto. Será rabia, será desconsuelo, o simple, maldita y estúpida indiferencia.
Tu cuerpo sigue tu mirada. Mis piernas no son tan fuertes. Caigo sobre mis rodillas, y el peso de mi oscuridad hace que el suelo se rompa ante mi impotencia.
Empiezas a alejarte. Extrañamente de mis piernas rápida pero sigilósamente brotan unas raices ásperas, tenebrosas, inquietas. Se clavan en el suelo con tal vehemencia, que siento en mi sangre el sabor a tierra mojada. Te grito en desespero.Tu te contentas con hacer un gesto rápido y estrenduoso con tu mano izquierda. Mi corazón ahora se achicharra. SI era indiferencia.
Sigues caminando lejos. Mis raices han dado paso a un tronco maderoso en el que se convertido mitad de mi cuerpo. Nuevamente trato de gritarte inutil. De mi boca emanan un par de mariposas sonsas que me asustan con su mirada cómplice. Hago un último esfuerzo por salir corriendo.... no lo logro. Los árboles nunca salen corriendo.
A medida que tu figura desaparece allá donde el arco iris se dilata en gotitas de rocio, mis dedos ya no son más que unas hojas verdes acarameladas, gigantes, espaciosas. Mis ojos se cierran a medida que mi rostro se desfigura en patrones incomprensibles en la madera jóven. Me pregunto si todos los árboles del bosque alguna vez fueron enamorados no correspondidos y ahora olvidados. Aunque ya no puedo ver, oler o escuchar, a través de mis hojas, raíces, y tronco percibo un mundo aparente. Un universo que cree que la soledad es el mejor de los males, y el amor, el peor de los remedios.
Un día vuelves. Llenas mi sombra de risas y candor. Te recuestas sobre lo que me parece recordar algún día fueron mis piernas. Me abrazas ingenua.
Mi sonrisa te deja caer una flor.

Un día

Un día desperté y encontré que mi amor por tí había muerto. Lo dejaste olvidado en nuestro bar, entre mis sonrisas, tus besos y nuestras copas de vino. Muchas veces logré alimentarlo con la ternura de mis palabras, con el aliento de mi esperanza y con la fuerza de mi voz. Sin embargo, los amores no necesitan de uno para sobrevivir, necesitan de dos.
A veces en las tardes de domingo le nacían unas pequeñas hojas verdes naranja, cuando como por accidente algún hermoso pensamiento tuyo llegaba hasta sus ramas. Pero el verano despiadado de tus miedos finalmente logró marchitar sus entrañas.
Entre las hojas resecas de su recuerdo recojo el inigualable sabor de tus labios, y lo guardo entre aquel viejo libro de poemas que prometí escribirte, para poderlo mirar a través de mis lágrimas, olerlo entre mis párpados, y saberlo lejano, liviano e infrecuente.
Con algo de rabia y con la sonrisa del futuro cierto, cierro detrás de mí el viejo libro de poémas que algún día prometí escribirte, y me olvido de tí, de tu pelo sudoroso en mi cuerpo, de tus besos libres al viento, de tu nombre.... de tus despiadados sueños.

...tu

La torpeza de la página vacía está presente. Convoca mis letras una a una. Las llama con silencio sobrehumano.
Mis palabas van llegando, van poblando el paisaje inerte.
De pronto quieran hablar de tí, de lo silencioso que se siente el placer de tu mano en mi mano, de los veranos en enero y del presente ausente. O quizás tal vez, quieran hablar en cambio de tí. De mis cuadernos llenos de figuras con tu nombre, de mis perros y tus gatos, de mis gatos y tu poesía, del invierno de nuestras lágrimas, de las caminatas bajo la lluvia y de nuestros vuelos sobre el mar, tan amplio como nuestro amor embravesido.
Puede ser que se refieran a tí. A la tarde del sábado sudoroso iluminado por el ron y tu sexo elocuente. A las tinas y a mi soledad. Al tren, a nuestras risas. Al pasado indescente. A veces te piensan a tí, a tu boca amando al cigarrillo, a tu piel morena, a tus dibujos sin sentido y a tu amor triste, lejano y esquivo.
Me gustaría que mis palabras te hablaran a tí. Te sacaran de tu prisión de todos los años, reconstruyeran tu fuerza, te llevaran al mundo donde la luna brilla de día y tu corazón ilumina siempre la oscura noche. O quizás, mis versos te toquen a tí. Alcancen tu demencia, corran detrás de tus andares inconclusos, vuelen en tu canto, vivan en el licor de tu aliento.
Seguramente mis palabras nunca llegarán a tí. No sabrán de tus creencias en el destino, no escucharan tu dolor. No se subiran a tu carro, no conoceran de tus angustias del mundo aparante y claramente no abrazaran tus orgasmos bajo la lluvia incandescente.
De pronto mis palabras no vuelvan a saber de tí. De tus preguntas sin sentido, de tu desnudez jóven, de los gritos, de los golpes, de lo que nunca fue, del hello kitty rosado alucinando en tu mente.

Tanto tienen que decir mis palabras de tí, que por el momento, solo quiero que hablen de mí. De mi padre, de mis rezos. De las noches en júpiter, de mis bailes al viento. De todo lo que te escribo y lees, y te gusta. De todo lo que escribo y no lees, y no sabes ni siquiera que no te gusta. Del mundo que quiero salvar, del paraíso que quiero que me salve. De los hombres de mis cuentos que a veces son yo, de las mujeres en mis cuentos, que no quieren ser tú. De mi madre, de mi esfuerzo, de mis lágrimas y sobretodo, de lo mucho que extraño todos, todos tus hermosos besos.

El cubo

En esta esquina del bar te conocí. Tenías los ojos perdidos en algún recuerdo lejano desprovisto de todo pudor y lógica. Aún así, me sacudiste con tu belleza amazónica. Varias veces tuve que gritarte para que volvieras de allá donde estabas, a donde nunca me llevarías y de donde no traerías ni por lo menos un pensamiento. Finalmente cuando por fin pude hacerme entender, me aceptaste con la sonrisa más hermosa nunca conocida.
En esta otra esquina del café empezamos a hablar. Me deslumbraste con tu simpleza intelectual, que aunque desprovista de toda disciplina o rigor, tenía la particularidad de ofrecer certezas y visiones increiblemente acertadas. Salimos a caminar en el verano de enero, tórpemente cogidos de la mano y sin más palabras que nuestras sonrisas nerviosas y una que otra mariposa que se escapaba de mi estómago.
En esta esquina de mi casa te hice el amor sin más preludios que unos discos y una taza de te. Te traté con la ternura y dulzura con la que uno alza un infante de pocos meses. Besé inquieto tu cuerpo, desnudé mi alma, mis ojos y mi razón, con tal de poder ingresar no solo por tu puerta, sino meterme por cada ventana, cada desagüe, cada pequeña endidura de tu palacio inmenso. La felicidad me atropelló cuando fuí tuyo, cuando te entregué todo aquello que tenía guardado para tí sin saberlo. No sé, pero creo que me estoy enamorando.
En esta esquina del planeta te dije TE AMO sin detenerme a pensarlo. Fue tan natural y espontáneo, que más tarde reportaron los noticieros que el tiempo se había detenido unos segundos haciendo que las golondrinas se estrellaran contra los ángeles y se perdieran varios veleros.
En esta esquina del parque te ví realmente por primera vez. No eras ya la adolescente imponente, ni la razón de respirar profundo cada mañana. Simplemente una mujer más, sin más sabiduría que unas cuantas pocas arrugas y la calma de su sonrisa. Estoy seguro que ahora si te amo y no podría vivir sin tí.
En esta esquina del cementerio me dijiste que era hora de partir. Que ya no soportabas mis faltas, mis erores, mi oscuridad perpetua. Que siempre habías tenido claro que el mundo te esperaba a ti sola, para seducirte de aventuras y esperanzas. Me dijiste, vete ya.
En esta esquina del bus te pienso. Recorro la ciudad desde el trabajo hasta mi casa, sin más consuelo que un huevo frito y un par de salchichas que me esperan para conversar del día a día. Entre lágrimas me acuesto. Los recuerdos me nublan el sentimiento. No encuentro el sentido de este despertar, café, corbata, bus, clientes, gritos, sopa, carne, arroz, cuentas, lluvia, bus, soledad, cigarrillo, invierno.
En esta esquina del paraíso por fin te suelto. Una vieja compañera vino a recogerme. Su nombre es muerte. Nos fuimos hablando de como nadie la entiende, de como nadie comprende su amor eterno por cada uno de nosotros, su espera, su deseo de tenernos. Me toma de la mano y tu recuerdo se esfuma, allí en la esquina final del viento. Te olvido pero sé, que siempre me amarás en silencio. 

Hola, soy fernando

Hoy me desperté nervioso porque pienso que no vendrás a nuestra cita. Me palpita el corazón y me duele la barriga.

 Apenas pude tomarme a sorbos gigantes el café que con tanto esmero me preparó mi mamita lilia. Ella no entiende muy bien el porqué de estos suspiros que me salen del alma cada de cuando en vez, pero seguro sospecha que ya hace rato perdí la inocencia de mi corazón. Es por eso que ahora reza el rosario con mucho más esmero y le pide a las almas del purgatorio que cualquier cosa puede soportar, menos la agonía de otro nieto habido fuera del rigor católico. ... Otro nieto, si supiera solo que su rezadera del bendito rosario me tiene tan casto y puro como la santísima madre maría. Que Dios me perdone pero debería rezarme el rosario a mí más bien, a ver si el tema de hacer milagros se me dá por cargar esta maldición en la que se me ha convertido mi virginidad. Claro que, uno debería oficialmente perder la virginidad, después de un cierto número de masturbaciones. Algo así como un premio insolicito (existirá esa palabra?)... Tome chino, tanto te has consentido tu miembrecito que hemos decidido declararte oficialmente un desvirgado. Ay por dios, que cosas digo.

El hecho es que salí hoy corriendo de mi casa por venir a verte. Practiqué tanto que decirte, como mirarte, que palabras me dirás tú, como tocarte... Me sé todos los movimientos por adelantado. Algo que aprendí del ajedrez. Pensar en todas las posibilidades, en todas las aperturas, enroques y jaque mates. Eso es una partida vencida y ganada, dice mi profe de ajedrecho. No tiene pierde papá.

El tiempo pasa. Trato que el viento no me arrebate la loción que me embadurne por todo el cuerpo (uno nunca sabe) y mucho menos que me cambie el estilo de mi peinado. Si algo sé de tí, es que te gusta que los tipos huelan bueno. A macho con clase, sueles decir. Por eso es que también me gaste mis ahorros en esta camisa de marca. La compré en la tienda que queda al lado de la iglesia. Allá, esa de la vitrina en donde te veo suspirar los domingos después de misa. Quiero que cuando me veas, suspires de igual forma.

Las horas han pasado. Tu sombra no deja rastro. Te he confundido varias veces con cualquier niña de pelo alborotado que sube por la avenida, pero nadie como tú. Ninguna sonríe con igual empeño. Eres única mi amor hermoso, espero que algún día tenga el coraje de decírtelo.

Así como espero poder también algún día presentarme, y decirte hola, soy fernando. Soy el niño que huele a macho con clase, que se esmera en parecer el maniquí de la tienda que tanto te gusta y que está dispuesto a dar la vida por un beso tuyo.

Hola, soy fernando y todos los martes a la misma hora vengo a esperarte a la esquina de la avenida ávila con tercera, en donde sé vendrás algún día a reclamar el amor que te dedico en cada partida, cada examen, cada nota musical, cada beso a mi mamita lilia.

Hola, ni siquiera me conoces pero soy fernando, y me voy para mi casa porque la lluvia me arrebató la loción y la esperanza de un sólo lamparazo, y quiero poner a secar las gotas de invierno y llanto que ahora guarda mi camisa nueva.

Hola, soy fernando, y soy porque hoy como nunca, desapareciste para siempre.

El brillo de tus ojos.

Su mirada se perdió en la luna por un breve instante, como un hermoso preludio de lo que habría de suceder. Sin embargo, el encuentro con su vieja amiga no tuvo la certeza suficiente como para llegar a abstraerlo de su voraz carrera.

Enfocó a su presa por allá en la quince con ochenta y cinco... o bueno, lo que quedaba de dicha esquina. Entre las ruinas metálicas de lo que un día suposo ser una bella limusina, se escurrió sin que el mismo silencio lo notara, y se preparó a perseguir su cena por la avenida que tanto impactó su confusa y ya olvidada adolescencia.

Cuando la luna lo encontró mirándola, tanto presa como perseguidor se esforzaban por sortear un espeso laberinto de montañas y ríos de chatarra milenaria que empezaban a ser devorados por una naturaleza torpe y meditabunda. Los viejos paraderos de la quince se disfrazaban de un verde insípido, mientras las tiendas de moda acomodaban una nueva especie de mamíferos tímidos pero convencidos de que por fin había llegado su oportunidad de dominar al planeta.

Por fin, un error fatal de la presa la llevó a caer por el deprimido de la cien, a donde él llegó a reclamar la sangre y sudor que tanto quería sentir corriendo por sus propias venas. Sus dientes se clavaron en la piel de aquel animal con tanta furia y pasión, que el rojo explosivo de dicho encuentro brilló en desespero. La carne aún tibia y llena de adrenalina por la carrera se deslizaba entre sus dientes con una deliciosa satisfacción humeante. Sostenía entre sus dedos al cadáver con tanto salvajismo y emoción, que hubiera sido imposible descifrar que de aquellas inteligentes manos nacían las palabras que enamoraban incautas y que cultivaban sueños.

 A medida que su corazón volvía a distraerse y su instinto se derretía en la satisfacción del premio, sus ojos empezaron a danzar nerviosos en el micro entorno del momento. No se dejó cautivar por los graffittis noventeros, los cuales ya habían perdido letras sin sentido, y tampoco por la intricada posición que sostenían algunos vehículos sobre la avenida, la cual desafiaba toda física.

Simplemente, su visión había perdido todo contexto de lo que alguna vez fue y ahora era otra cosa, y ya no encontraba que la belleza emanara de las enredadas figuras que circundan nuestra realidad cotidiana. Él solo buscaba cualquier indicio de amenaza. Cualquier movimiento que lo hiciera transformarse de cazador a presa, y que lo obligara a buscarle refugio a su vida en otra carrera indeterminada sin fin aparente, sin otro motivo que el mero escape a su propia muerte.

Todo parecía estar en calma. La vía láctea se dibujaba en el cielo bogotano con tanto esplendor que le permitía a la luna sonreír a causa de las cosquillas que le propinaban los astros aparentes. El sueño poco a poco empezó a dibujarse en su mirada con tanto ímpetu, que sin preocuparse por el cómo o el porqué, simplemente buscó entre los automóviles un lugar seguro donde refugiarse. Para él, en ese momento e historia, sus antes codiciados bienes no representaban más que un hogar transitorio en el que encontraba algo de paz en este nuevo salvaje mundo que se sostenía entre sus propias penas.

El sol del mediodía se esforzó por encontrarlo profundo entre un sueño intrínseco dentro de otro sueño. Su figura volátil perseguía esplendida, no sólo animales desesperados y presas distraídas; se confundía ingrávida entre los conceptos irrelevantes que algún tiempo atrás formaban su vida. Cazaba indicadores de gestión, se protegía de su propio y elusivo desempeño y volaba entre misiones, visiones y planeaciones estratégicas. Recordando sin entender, olvidando sin reconocer, siendo ahora, antes, mañana, acontecer.

Por eso cuando despertó, ahí mismo en ese lugar sin inflexión, sin presente, pasado o pudor, su mente simplemente se confundió. Sin reconocerlo había pasado la noche entre su propio carro, rodeado de su familiaridad aparente sin que él, en un principio reconociera su propio olor. La escena familiar pero distorsionada, le jugó la peor broma de distracción.

Cuando se incorporó, no reconoció el mundo entre ruinas que su propia especie erigió. Para él era una mañana cualquiera, de aquellas que tantas veces vivió. Volvió a ser, entre aquel espacio tan familiar (su carro detenido entre el trancón de la novena con cien), el hombre que apoyaba su corazón en un castillo de naipes sostenido en el poder sin pasión. De forma casual y poco profunda, mentalmente se quejó del gobierno local por permitir esta movilidad inerme, y sin pensarlo dos veces retomó su celular (que seguía postrado en el mismo lugar donde lo había dejado treinta años atrás), para escribirle a su secretaria y explicar su deserción. También alegó del hecho de no encontrar señal, y de que su radio pareciera haber perdido toda recepción.

" Hasta las señales electromagnéticas se tiró este huevón"- argumentó. Sus palabras desnudas y tiernas resonaron con tan poco sentido en esta selva nueva sin apariencias, que se no reconoció en su tono de voz la insulsa sonoridad de un hombre que llevaba diez años sin pronunciar palabra.

Desperezándose con ese gesto de resignación que todos hacemos cuando nos quejamos del sin sentido que tiene nuestro propio sin sentido, retomó aquella maña temprana de pasar su mano por la frondosa cabellera que cubría sus pensamientos.

Sin embargo algo extraño sucedió. Poco a poco la realidad empezó a tomar posesión. Se reconoció gerente y cazador, hombre, bestia, salvaje depredador. Sus manos, que horas atrás habían despedazado los tiernos muslos de su presa sin hacer alarde de su complexión, de repente recordaron que décadas atrás habían hecho letra su pasión.

¡Recordó!

Recordó que era uno de los pocos sobrevivientes de aquella especie que cambiaba el curso de los ríos, creaba nuevos elementos químicos y nombraba hasta el patrón que las figuras milenarias de millones de soles dibujaban en el cielo.

Recordó aquella mañana en que los misiles empezaron a caer y el mundo se tornó en un infierno cliché que se dibujó en muerte y destrucción. Escuchó los gritos, olió las cenizas, sintió el dolor.

Recordó como tuvo que sobrevivir dejando de ser él para convertirse en un animal que aunque se asemejaba a él, no era más que un gerente de muerte, miedo, y lejano de toda seducción.

A medida que los lobos empezaron a rodear el vehículo, las lagrimas trataron de limpiar su rostro. Supo que no tendría escapatoria de esta celada reunión. Mientras su viejo YO se fundía en recordar, su nuevo YO había fallado al no escapar. La muerte, a la que tantas veces le habia hecho adios con las puntas de sus propios dedos, estaba ahí, sola y con muchas ganas de esperar.

Segundos antes de que millones de colmillos se abalanzaran sobre su viejo cuerpo para reclamar el premio de la más antigua guerra, logró clavar sus ojos sobre aquel verde intenso que le devolvió su propio reflejo en el sucio espejo.

Murió despedazado por los cazadores vengativos una tarde de mayo sin pronóstico, pensando y recordando aquella lejana mujer que una tarde de diciembre valiente había iluminado el cielo con sus hermosos besos escapando a toda suerte, en el eterno brillo de lo que sería nunca y jamas el único verde que te entregan esos, mis ojos resplandecientes.

...

Extraño tus besos, no porque ya no los tenga, sino porque nunca los voy volver a tener.....

A laura...

Bien, todo bien.
Listo, esto debe ser muy sencillo. Como levantarse a apagar la luz. Click, clack y se terminó el partido.
Cabeza.....  O corazón.
Cabeza, corazón, corazón, cabeza...
Maaaarica que esta mierda está fría. Con razón todos estos hijueputas se matan pegándose un tiro en la cabeza. Quién, a parte de muerto, se aguanta ese frío en el corazón...  Tan poeta pues.
Cabeza o corazón...
Mierda, se me olvidó escribirle a laura...  Vida triste. Tengo que mandar a comer mierda a esa imbécil. Dizque casarnos en noviembre. Qué estúpida. Las putas mujeres y sus putos miedos.
Bueno, qué huevo, a lo que vinimos vamos.
Cabeza o corazón...
Y si mejor me pego un tiro en el pipí??,
Ay qué imbécil. Si claro, a parte de eunuco, imbécil. Yo se que es grande pero que me acuerde por ahí no pasa la arteria femoral....
Cabeza o corazón a ver....  A ver se escribirá con hache??, si,  con hache de que hijo de puta me importa en este momento....
Por dios...  Cabeza o corazón...
Ah qué mierda, saben qué,
Mejor dejo esto por aquí, y me pongo a escribirle a laura.

Al mismo tiempo

El tamborileo de los dedos del general en su escritorio de mando, calaba en la preocupación incesante de todos los presentes con la misma angustia que resbala una gota de metal ardiente en un papel mojado. Era su única expresión. Sus ojos se habían quedado castigados en una emoción indescifrable, en un punto cercano al estado de congelamiento, en un limbo cartesiano sin norte aparente. Su cuerpo le hacía remedo. Absoluto, metalizado, lejano de toda flexión, de todo rompimiento.
Sin embargo, su estómago se consumía en un miedo trascendente, espeso, sonso. El resonar de sus dedos se abría paso entre una jungla de lo que nunca fue o sería jamas. Su cabeza era una horda de mosquitos babilónicos, inquietos e inmanejables, que zumbían entre los recuerdos de su familia, la gravedad de los hechos, las flores en el ático y el amor poco frecuente. De repente el teléfono, tan rojo como lava ardiente, estalló en un grito resonante que terminó de regar el hierro hirviente sobre las almas escuálidas de hombres impotentes. Sus dedos se detuvieron, al igual que los mosquitos de su cabeza que cayeron al suelo todos al mismo tiempo. Se dispuso a contestar con la misma velocidad que se cae al sepulcro.

Esteban también sentía los mosquitos en su estómago, pero revoloteaban de una manera diferente. Cargaban en su aleteo la ansiedad del primer amor mezclados con el inevitable destino de la adultez. Para calmar su espera, se había desnudado varias veces frente al espejo y practicaba cada movimiento que recordaba haber visto en los canales sin sentido que lo acompañaban en sus veladas adolescentes. Quería prever cualquier imprevisto, cualquier mal movimiento que delatara su condición de principiante, de novato, de no conocedor de los artes del amor.
Al otro lado de la ciudad, Adriana también sentía los pellizcos de sus insectos gástricos. La hacían sentir frágil, liviana, como de otro mundo. Cada paso que avanzaba, cada centímetro que se adentraba en su destino, parecía una nota musical en degradé de una sinfonía sin nombre que no lograba descifrar, y que sin ella o nadie supiera, solo tenían significado en la profundidad de su muerte.

La mirada del general, que otras veces mataba por su insonoridad y ausencia de color, esta vez los arrasó con su elocuencia y tristeza. Si se quedó quieto en un principio, no fue porque quisiera seguir capoteando los avatares del destino con su respiración inquebrantable y su aliento de león dormido. Realmente y por primera vez en su vida, el miedo lo había postrado en una agonía melancólica que terminó por hacerlo recordar aquella tarde sonriente en la que su madre le mostró por siempre el verdadero rostro del amor.
Los gritos de sus oficiales lo hicieron devolverse a través de un laberinto gris y ponzoñoso, enmarcado por emociones febriles, las alegrías crueles y la estúpida mirada de satisfacción que brinda el poder absoluto. Sus palabras no alcanzaron a martillar la importancia de sus órdenes. Más bien parecieron unas mariposas entretenidas en adornar las flores del destino. Tanto así, que sus capitanes se resistieron en un principio a creer sus órdenes. No por las implicaciones inefables de su destino, sino porque quien las impartía más que una sentencia de muerte, parecía estar dictando una poesía agónica. Finalmente las palabras retumbaron -"Empecemos con el protocolo de destrucción".

Adriana sonrió mucho más allá que su dolor. No porque fuera fácil ausentarse de los mordiscos enfáticos que le quemaban la entrepierna, sino porque podía por fin ponerle un nombre a todo ese amor que le desgarraba el sentimiento. Se sentía plena en los brazos de aquel flaco adolescente. No se percató de la ausencia de maestría de su amante, no se detuvo en la torpeza de su vuelo o en la falta de certeza que tuvo esteban al momento de desnudar su corazón. Solo le importó saltar al brillo de sus ojos, entregarse y entender que la vida solo significa segundos de emoción, soltar todo aquello que la tenía prisionera, asumir su verdadero rol.

Los cohetes infernales salieron disparados en todas las direcciones. Cuales lobos hambrientos buscaron toda prueba de vida, todo rastro y olor.
Primero acabaron con las ciudades más importantes. millones morían mientras veían sucumbir a la especie que se creyó amo del universo. Entre estruendos, gritos e infamias, se acababa cada sueño, cada poesía, cada recuerdo. El general prefirió morir ante un balazo rastrero y traicionero que no dejó a los mosquitos de su corazón recuperarse. La guerra final por fin habría de terminarse.
Esteban y Adriana nunca dejaron de sonreir. Entre sus cenizas sobrevivió un olor a gardenias al amanecer, mientras que en el vientre de adriana un pequeño destello de luz marcaba el intento de vida del último hombre vivo sobre la soledad terrestre.

Círculo

Él no tenía más remedio que amarla a ella. Ya lo había intentado todo. Despreciarla, ignorarla, quemar sus fotos, borrar sus chats... Ella era como una luna llena frente a su marea inextinguible de humillante entrega y subordinación. Y no podía ser de otra manera. Desde el perfume que usaba por la mañanas, pasando por su recatada forma de hablar, sus gustos más sensatos, su figura hermosa y tímida, su inteligencia visceral y su sonrisa a toda prueba, toda ella pareciera haber sido creada a su gusto y semejanza. En los cuatro años que llevaba de conocerla, no había notado una sola pizca de descoordinación con ese modelo implícito que todos llevabamos dentro y que reconocemos como la otra mitad del sol.
Por eso incluso a veces se esmeraba cada vez en conocerla más a fondo, saber cada detalle, reconocer cada intensión. Había llegado hasta hastiarla con sus interrogatorios, con sus pruebas, con sus cuestionamientos y conversaciones insulsas. Todo para saberla única, inusual, perfecta.
Lo que él no sabía, es que ella era incapaz de amarlo a él. No porque no se mereciera dicha respuesta o porque no fuera hermoso, todas sabían que si lo era. Simplemente ella tenía su corazón empeñado en otro ser. En cierta manera parecido a él, este tercer ingrediente era un hombre culto, altivo, sobrio, cortes y caballeroso. Pisaba como si conociera cada vicisitud del terreno. hablaba con propiedad de cualquier tema por más estúpido que fuera (las cautivaba a todas con sus recuentos de la novela de la noche), y poseía el sentido del humor más intrigante jamás visto. A diferencia de él, ella no necesitó conocer más a fondo a este personaje. Bastaron unas cuantas miradas, escuchar su taconeo inigualable, posarse sobre su voz oscura, evitar el no rozar sus manos, para ser toda suya y desperdiciar el tiempo y los esferos de la oficina en escribir mil veces su nombre en los papeles sin voz ni recuerdo.
Lo que él y ella no sabían y mucho menos imaginaban, es que este tercer personaje, esta tercera esfera rondante de este laberinto de frenesí y sufrimiento, lo amaba de vuelta a él. Al primero. SI!! al primero. Al ejecutor y creador de este loco círculo de idolatría confusa y degenerada.
Todos enamorados de cada uno. El primero comprando bombones en la tienda de la esquina, la otra besando al espejo del baño ahogando su lujuria reprimida, el tercero masturbándose entre las lágrimas de su imaginación. Ninguno capaz de hablar, todos muriendo en silencio y desamor.
La vida los fue separando. El primero se casó con una infanta a quien embarazó sin orgasmo y en secreto. La segunda huyo a las tierras malditas, donde habría de sufrir el destierro del olvido y el último, murió prisionero del infalible alcohol.
Han dicho que el amor es cruel, que se burla de los más valientes y desenfrena a los más cautivos. Lo único cierto es que en sus caminos y círculos más espesos insistimos en enredarnos, corremos sin intriga ni reminiscencia, ciegos de alegría y dolor, sin quisiera detenernos, sin ni siquiera voltear a mirar hacia atrás, a ver, quien nos sigue en su descontento.

 

Nunca

Nunca supo lo que es el amor.

Sergio se definía a si mismo como un "lobo enamoradizo", expresión que de manera poco elocuente solo encerraba su miedo a reconocer sus propios sentimientos. Murió sin saber que en verdad detrás de esa carcasa dura y extinta de proto macho conquistador a toda prueba, se escondía un cachorro mojado, tiritante de frío, que no podía reponerse porque al sentir el menor asomo de calor a su lado.... salía corriendo diligente.

Por eso cuando aquella hermosa cuarentona le gritó con su mirada todos los sinónimos de la palabra deseo desde el otro lado de la misa del domingo, sergio supo que sus próximos meses estarían adornados por tardes de sexo prohibido, mensajes en clave, miradas cómplices de una que otra amiga y noches enteras sonriéndose al espejo.

Ésta había sido toda su vida, un rosario de mujeres y hombres postrados a su pies, o mejor, arrodillados al alcance de su pubis, todos ardientes, todos dispuestos. Todos entregando las más grandes humillaciones, todos anhelantes de sostener un momento entre sus manos el suspiro de aquel dios de los ejércitos, comandante de las pasiones, razón y motivo para existir. La verdad no era un hombre hermoso, pero su mirada intrigante, su postura dominante, su cuerpo inverosímil, eran suficientes para seducir a cualquier docena de monjas convencidas de sus votos de castidad.

Cuando por fin tuvo a la cuarentona entre sus brazos desnudos, le proporcionó lo que él consideraba una dosis media de su poder abismal. Le desnudó sus orgasmos uno a uno, la trató con respeto pero con holgura, y dejó una que otra duda sembrada en su corazón. Él de antemano sabía, que eran elementos suficientes para que la incauta enamorada solicitara de rodillas una nueva dosis de vida extrema.... de aquí a unos ocho meses más o menos.

Por eso, aunque se mostró asombrado e incluso avergonzado cuando ella lo buscó en su incipiente escritorio de empleaducho oficial, su corazón sonrió de tal manera, que creyó cautivar a los dioses del sepulcro y encender el sol con su aplomo monumental.

Para su segundo encuentro planeo una estrategia diferente. Pensó ir más despacio, algo así como hacen el amor los verdaderos enamorados. Concretó que palabras usar, que miradas tocar, donde posarse y cuando parar. Predijo cada reacción, cada suspiro, cada mirada a lo lejos. Se sintió dueño como lo había hecho tantas veces, de la pasión de aquella mujer que aún no sabía que moriría por amor.

Efectivamente la velada ardiente arreglada por los cómplices del momento, empezó como lo dispuesto. Una que otra mirada perdida, algunos ojos de asombro, arranques de ritmos espontáneos pero concebidos, sonrisas escondidas, suspiros programados.

Sin embargo, la luz empezó a diluirse. Entre sus brazos encontró una expresión que nunca había redonocido. Los ojos de aquella extraña respondieron a su lujuria con el fulgor del auténtico sentimiento. Aunque no se detuvo, incluso por la ordenanza que le propinó la muerte, sus pensamientos se enredaron confusos, sus ojos no supieron como actuar y su voz, quedó perdida en un "te amo" sin aliento ni sustento.

No fue consiente de lo que ocurrió. Su vida siguió perpleja quizás ante el asombro del verdadero amor. Aunque su cuerpo dejó de existir, su alma perdura infinita, solitaria, perdida, incipiente. Será por siempre testigo de que el amor sobrevive, incluso a cualquier muerte.