junio 5

Ella lo sabía. Ella sabía que la forma sutil pero innegable con que sus prendas de vestir describían su cuerpo, era una provocación a gritos que resonaba en el inconsciente de cualquier humano que supiera distinguir la norma. Ella lo sabía pero igual lo negaba. Ella simplemente se disponía ante cualquier mirada suculenta como quien no quiere la cosa. Dejaba que su aura de belleza incontenible se magnificara con la moda, con su toque casual, con el botón abierto de manera inadvertida, con la tela traslucida sin recodo, con la falda un poco más arriba y escote un poco más abajo. Ella le sonreía a la suerte mientras cerraba los ojos a las consecuencias.
Por eso, cuando el incauto oficinista en un intento valiente de perseguir el camino que le gritaba felicidad le tocó el pubis de manera incauta y onerosa, ella simplemente estalló en cólera. No reaccionó en seguida, se tomó un segundo de gloria para reservar el placer suculento de quien atrapa una presa en su trampa inefable. Un segundo eterno que le serviría de pretexto para horas más tarde encerrada en la oscuridad de su sala a espaldas de su esposo durmiendo y debajo de sus hijos soñando, masturbarse con el empeño y la elocuencia de quien lo hace por primera vez. Un segundo en el que recapituló toda la rabia contenida en este mundo y la devolvió en forma de tantos gritos, tantas lágrimas, tantos golpes, insultos, arañazos y mordiscos, que el bus transmilenio donde iban todos tuvo que detener de repente su rutinaria marcha.
Con lo poco que le quedó de vida después de la paliza física que le propinaron los usuarios del transporte público y la paliza moral de su jefe al despedirlo y de su novia al echarlo a la calle, el oficinista llamado juan esteban intenta dormir ahora en la cárcel mientras que ella, llamada stella, intenta dormir al lado de su marido quien pregunta:
- dónde estabas
- en el estudio llorando, aún no me recupero por lo que pasó esta mañana 

mayo 11

Tengo muy poco que decir, muy poco de que hablar.
Solo debo repetir el mantra que supuestamente me cura de todos los males y que reza que la vida es bella y que vale la pena, y que el dolor del alma no es más que un viento pasajero mal puesto, y que los resfriados llegan así de pronto, de repente como quien no quiere la cosa, y que mi dios sabrá porque toca comer tanta mierda, no tanta mierda no, tanta hijueputa mierda que ya me tiene mamado marica de esta jartadera de excremento que me vacía los buenos ánimos y me hace caer la sonrisa.
E igual sigo sin tener de qué hablar, porque el dolor del alma que me brota como un salpullido malsano se me extiende desde el corazón hasta la laringe (pasando por los pulmones, el esófago, el misófago y el antropófago) me aplasta las palabras y luego se convierte en un friosito mentolado que me sube y me baja a través de todo lo que consideramos barriga (estómago, hígado, geta, chunchulla y bofe).
Y me canso de pensar en ti, en lo que estarás haciendo, en lo que estarás pensando. En tu sonrisa elocuente a las tres de la mañana y en el absurdo calor de tu mano fría que parece y parecerá siempre encajar en las mías. En las lágrima que te deben estar acompañando, en el camino distante que las separan de las que me acompañan a mí y si en algún momento ambos ríos miserables de tristeza se encontrarán ellos si y se llevarán por delante esta puta historia de amor que no tiene más remedio que ir a parar allá al hediondo y maldito lugar donde vayan a parar las putas, tristes y mal habidas historias de amor.

mayo 10

y si me preguntas, la respuesta es SÍ.
Me hace falta todo, tus palabras, tus besos, tus muecas, tu locura, tu cordura, tu sonrisa, tus sonidos, tus manos, tu olor, tu todo. Todo lo que significas, todo lo que eres, todo lo que me haces ser, sentir, vivir.
En ti deposité mi confianza, mi esperanza, mi "lo que viene"... pero ahora ese sueño duele, duelo por lo que hemos hecho y seguimos haciendo, duele por lo que somos, por lo que el amor nos trae.
No tengo más que decir, solo que las lágrimas me arropan, y me acompañan, y me hablan, y sobretodo, me hablan de ti.
Siempre, te amo,

mayo 7

Hay días que no tienen sombra. Y no hablo de las tardes inclementes en que la lluvia sóla nos somete y arrincona hasta hacernos sentir el poder de nuestra propia agonía. Hablo de las noches suaves en las que el teléfono no suena y el tiempo se pasa sin más palabras que las uñas de mi gato y el recuerdo lejano de mi voz. Hablo de los desayunos sin huevo y las fotografías que me sonríen desde un pasado que parece de mentiras, y de las calles desconocidas llenas de edificios conocidos y del cielo lleno de cometas perdidas porque no tienen destino al cual llegar.
Hablo de lo que no quiero hablar y lloro las lágrimas que me han de acompañar, porque esta vida (que también parece de mentiras) no es más que un remedo de sonrisa en un rostro lleno de dolor.

un once de septiembre

i.
Y la vida se le pasaba día a día. Se le escurría entre los dedos como una miel espesa y densa llena de sus miedos y derrotas, más sin embargo transparente y dulce, cargada con ese hilo de esperanza y buena vibración que hacía que la mierda que se limpiaba de entre los dientes le supiera a gloria.
Los postes de luz que ingresaban en la ventana del bus en el que transitaba asemejaban lánguidos compañeros de una historia mal contada, o quizás bien contada pero mal vivida, o de pronto bien vivida y bien contada, pero aún una historia lejana y suelta en la que él ahí permanecía (andrés) aún allí sentado, a lo lejos, inmerso en el bosque peculiar de gente que puebla el transporte vespertino, sólo, reflejando la transparencia de una entidad invisible, loca, incongruente a este reflujo de mala pasión, quieta pero ausente, profunda e irreverente, obstinado él en que los postes aún solemnes y tranquilos le dijeran algo, le comunicaran, le contaran de una vez por toda cual era este puto secreto de su ser, le soplaran dónde estaba la respuesta, qué camino tocar para que se abriera. Ahí tonto y loco, como un perrito pobre esperando el bocado sucio de un amo inexistente.

La noche es no más que un artilugio de pasión fingida (como casi todo), un esquema romántico y tenebroso donde las almas insisten en perderse sin parar. Tan diferente al día, absurdo en sus colores imponentes, frágil en el viento cálido, sonrisas de lo pájaros trinando en su lengua incandescente. Y sin embargo, ambos fenómenos efímeros de un planeta vagabundo. Ambos recuerdos de un destino irrefutable: noche y día, espectros tenues de nuestro parecer insulso.

Pero Andrés no solo era Andrés. Andrés era Emilio, o mejor aún, Emilio era Andrés: lo seguía, lo añoraba, lo pensaba, lo transitaba, lo miraba, lo recordaba. Y mientras Andrés se mantenía flotando en esa agonía inconclusa de viernes por la noche, Emilio simplemente se disolvía en una muerte sincera en la que iba en un bus que no transitaba y vivía una vida que ya había olvidado.

Emilio y Andrés caminaban ahora juntos, cada uno perdido en su propio recuerdo. Andrés se mantenía erguido en un carnaval de malos momentos. Las frustraciones de una cotidianidad vagabunda,  efímera, irreal. Emilio en cambio transitaba las rutas de su memoria, aquellas que le dan significado lúcido a lo que para otros no son más que hechos irrelevantes de un acontecer errante.
En su recuerdo era Abril, había sol, el viento parecía danzar en un ambiente de calidez insensata. Los colores eran vivos, o por lo menos así él los recordaba. La pared extrema de su cuarto derecho se inundaba con los contrastes que los chorros de luz dejaba a su paso. Tierra seca a ese río de resplandor fosforescente, pero también, islas incongruentes del reflejo sordo se iban formando a medida que Emilio jugaba con su revolver. Sonreía a pesar de todo. Acababa de tener una fuerte discusión don Helena, aquella su mujer. Los gritos se habían propiciado por el mismo revolver con que ahora Emilio jugaba a pintar figuras de luz en la sombra floja de su cuarto inerme. Para ella no había razón suficiente, no había porqué certero, no entendía qué sentido tenía mantener un arma en su casa, en aquel su hogar, al alcance del niño, muerte sembrada en un estúpido juguete inmóvil.

Filas y filas desordenadas de gente parecen un hormiguero mal distribuido. Entre ellas se mezclan dos insectos más que, sin saber como, llegan a casa. Y aunque parecieran que llegan al tiempo, uno aterriza mucho más primero que el otro, uno baja de su mente, el otro se queda estacionado en el sol de abril.

Cuando por fin Emilio decidió ver que estaba haciendo Andrés, el resplandor de su memoria se apagó de repente. En el mismo cuarto, en la misma pared, con el mismo revolver, Andrés ahora introducía el arma en su vientre. Emilio cerró los ojos a esperar que el impacto del disparo lo llevará directo a los mismos infiernos.



mayo 22

Y a medida que la sangre empezaba a llenar el aliento de su boca, y el aire dejaba de alentar el alma de su piel, unas cuantas lágrimas empezaron a envejecer su rostro. En la inmediatez de su muerte comprendió, que su hijo no tendría más remedio que encontrar el candor de su voz, a través de miles de lágrimas, centenares de golpes, y un mismo grandioso, suave y espeso corazón

mayo18

Y una noche cualquiera de invierno, maría fernanda decidió quedarse a dormir en el absurdo y despierto suelo de la calle vacía. Esperaba que el frío decidido del clima terco y sin consuelo, contuviera sus lágrimas ciertas, su vacío intenso, su deseo particular de dejar de ser ella, de despertar de pronto en otra vida, en otro cuerpo.
No lo logró, o si lo logró, nunca lo sabremos. Ahora no tenemos nadie a quien preguntarle.