Debería

No soy nada, no soy nadie. No soy más que un amasijo de carne, huesos, pasiones e imaginarios, flotando en la inmensidad etérea del caribe atlántico.
Veo en la televisión a un hombre hermoso hacer un gol con el estilo y la fluidez de un pintor sin hambre. Su fuego causa admiración y envidia, y más sin embargo, me parece que su arte no es más que el ridículo reflejo de una raza sin suerte ni futuro. Su gloria se me hace inocua, estúpida e inmarcesible. Y no quiero decir que sea inmarcesible como eterna o inmarchitable. Quiero decir inmarcesible como profunda y empalagosamente inmamable como el himno nacional.
Sigo quieto a la merced de las olas sin trascendencia. Abro los ojos para descubrir un horizonte amarillo, turbio e irreconocible. Una visión certera del que hacer de los hombres.
Un gordo hediondo de dos mil kilos baila con la barriga al aire, con una peluca sucia y con el aliento fuerte a aguardiente picho, los éxitos recuerdos de shakira mebarak de barranquilla. Qué asco. Quién será más podrido, el arte vicioso de este pobre huevón, que un aparente modelar de caderas y ridículo se gana tres pesos para seguir hundiendo su inoficioso respirar en el polvo blanco del esplendor humano, o los cinco imbéciles que cagados de la risa le aplauden y sonríen. ¿Qué pretenden todos? ¿Cuál es el objeto de toda esta farsa? ¿Somos esto tu fantástico producto, dios de los ejércitos?
Ya no aguanto más. Mi cuerpo grita por fortalecerse con una cuantas moléculas de oxígeno. Debería ser más fuerte. Debería mantener por siempre mi cabeza hundida en este mar de lágrimas y heridas, y no salir nunca jamás. Debería silenciar por siempre los gritos de mi madre, del gato, de mi sombra. Debería ahogarme de angustia. Debería ahogar mis gritos con tu dolor. Debería llorar mis sueños hasta verlos florecer. Debería vivir.