El sol de la mañana

"Dime que me amas."
Mis palabras inertes en el eco reluciente de su sombra.
"Por favor, dime que me amas." -insisto.
La súplica tiene su impacto.
"Por dios alejandro, ya hemos hablado un millón de veces de esto." -responde.
Más que el peso de su enunciado, me aplasta insensato el odio fulminante de su mirada.
Horas más tarde sigo caminado zombie las avenidas de esta ciudad somnífera. Mi voz aún no me encuentra. Mis pensamientos son un amalgama espesa de mundos sin sentido. Me pregunto, afirmo, dudo, aseguro, lloro, nunca río, camino, me desvío.
Finalmente llego a mi hogar, mi ropa desnuda se tumba triste sobre el sofá blanco. El sofá que aún refleja su recuerdo. Quedo inmóvil y a la espera de que el sueño baldío me reconforte el remedo de alma que aún sostengo. Sin embargo, el sueño es como una hoguera siniestra que pone a hervir la amalgama espesa y la cuece a fuego intenso, agregando uno que otro imaginario distraído. Ella aparece desnuda regocijándose entre una colcha de manos, brazos, piernas de otros hombres y otras mujeres, que la tocan y complacen mientras ella despliega una sonrisa que se muestra como el pináculo triste de una venganza increíble. Sabe que la miro, sabe que sufro, sabe que su placer ajeno me parte el manojo de flores verdes que sostengo en mi mano. Corro hacia ella solo para descubrir, que su sudor y su cara de orgasmo se esconden detrás de la pantalla de un televisor viejo en un cuarto vacío. Ella lo reconoce y ríe. Cuando por fin encuentro el control remoto para terminar con toda esta farsa, a su vez el televisor viejo en el cuarto vacío se hunde, en otro televisor viejo en otro cuarto vacío. Y como una pesadilla estúpida sacada de cualquier episodio de la dimensión desconocida, quedo atrapado en un laberinto de ilusiones reiterativas, infinitamente agobiantes y donde la salida se esconde en la puerta de entrada en una cinta de sucesos crudos e interminables.
Me despierta el sol con sus gritos, graznidos, aullidos y gemidos. El olor a café me trae de vuelta a la realidad oscura de mis días. Aparece en la sala una mujer de mediana edad, poseedora de una belleza inquieta. Oscura pero inquieta. Sus formas aunque familiares, son distantes, más aún cuando llevo lo que parecen lustros persiguiendo a otra mujer a través de mis sueños.
"Anoche no llegaste a tu cama"
Su voz no tiene el tono del reclamo, sino más bien carga el peso de una tristeza honda y consistente.
Es carolina, mi esposa. Nos conocimos una tarde de abril bajo el sol del verano cursi. Nos amamos en el frenesí de los estudiantes pobres, haciendo el amor en los oscuros rincones de las estaciones del metro, contando monedas para compartir un simple sánduche con sabor a gloria y colándonos en las fiestas desconocidas con tal de burlarnos del vals, de los vinos, del ambiente serio y presumido de las celebraciones tristes.
Mi abuela solía decir que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Estoy seguro que lo mismo sucede con la opulencia, el poder y todas esas huevonadas que perseguimos como si no existiera un mañana. Los grandes sueldos, los cargos con nombres de muchas letras, los compromisos infranqueables, los hijos distantes, las posturas imposibles. Ahora no tomamos el metro, muchos menos volvimos a hacer el amor en las fauces del peligro. Somos el cliché hecho pareja, y yo, la remato dejando que mi corazón se refunda en busca del amor de una adolescente sin remedio.
¿Qué hijueputa locura es esta? ¿Por qué la vida se presenta así de incompleta y desordenada? ¿Por qué, mientras carolina se desnuda suave y tierna, me besa y empieza a hacerme el amor sin afanes, rencores o recuerdos, yo, aunque presente, no puedo dejar se pensar en carla, en sus enormes labios grises, en sus palabras fuertes a la hora de venirse, en sus ojos, en sus versos, en su despojada alma?
Por el momento la que se viene es carolina. Termina y me abraza. Antes de irse se detiene inconsecuente. Me acaricia el oído con su palabras.
"Te amo, siempre te voy a amar precioso. Me hiciste acordar de nuestras tardes en paris y su metro. Qué delicia!!"
Y yo, que al parecer también tuve un orgasmo precoz e intrascendente, me quedo ahí esperando que el sol se calle un segundo sus acusaciones febriles y sus reproches secos.
Yo me quedo quieto tratando que, el tiempo insensato y la vida inclemente, por fin se detengan.