Nunca

Nunca supo lo que es el amor.

Sergio se definía a si mismo como un "lobo enamoradizo", expresión que de manera poco elocuente solo encerraba su miedo a reconocer sus propios sentimientos. Murió sin saber que en verdad detrás de esa carcasa dura y extinta de proto macho conquistador a toda prueba, se escondía un cachorro mojado, tiritante de frío, que no podía reponerse porque al sentir el menor asomo de calor a su lado.... salía corriendo diligente.

Por eso cuando aquella hermosa cuarentona le gritó con su mirada todos los sinónimos de la palabra deseo desde el otro lado de la misa del domingo, sergio supo que sus próximos meses estarían adornados por tardes de sexo prohibido, mensajes en clave, miradas cómplices de una que otra amiga y noches enteras sonriéndose al espejo.

Ésta había sido toda su vida, un rosario de mujeres y hombres postrados a su pies, o mejor, arrodillados al alcance de su pubis, todos ardientes, todos dispuestos. Todos entregando las más grandes humillaciones, todos anhelantes de sostener un momento entre sus manos el suspiro de aquel dios de los ejércitos, comandante de las pasiones, razón y motivo para existir. La verdad no era un hombre hermoso, pero su mirada intrigante, su postura dominante, su cuerpo inverosímil, eran suficientes para seducir a cualquier docena de monjas convencidas de sus votos de castidad.

Cuando por fin tuvo a la cuarentona entre sus brazos desnudos, le proporcionó lo que él consideraba una dosis media de su poder abismal. Le desnudó sus orgasmos uno a uno, la trató con respeto pero con holgura, y dejó una que otra duda sembrada en su corazón. Él de antemano sabía, que eran elementos suficientes para que la incauta enamorada solicitara de rodillas una nueva dosis de vida extrema.... de aquí a unos ocho meses más o menos.

Por eso, aunque se mostró asombrado e incluso avergonzado cuando ella lo buscó en su incipiente escritorio de empleaducho oficial, su corazón sonrió de tal manera, que creyó cautivar a los dioses del sepulcro y encender el sol con su aplomo monumental.

Para su segundo encuentro planeo una estrategia diferente. Pensó ir más despacio, algo así como hacen el amor los verdaderos enamorados. Concretó que palabras usar, que miradas tocar, donde posarse y cuando parar. Predijo cada reacción, cada suspiro, cada mirada a lo lejos. Se sintió dueño como lo había hecho tantas veces, de la pasión de aquella mujer que aún no sabía que moriría por amor.

Efectivamente la velada ardiente arreglada por los cómplices del momento, empezó como lo dispuesto. Una que otra mirada perdida, algunos ojos de asombro, arranques de ritmos espontáneos pero concebidos, sonrisas escondidas, suspiros programados.

Sin embargo, la luz empezó a diluirse. Entre sus brazos encontró una expresión que nunca había redonocido. Los ojos de aquella extraña respondieron a su lujuria con el fulgor del auténtico sentimiento. Aunque no se detuvo, incluso por la ordenanza que le propinó la muerte, sus pensamientos se enredaron confusos, sus ojos no supieron como actuar y su voz, quedó perdida en un "te amo" sin aliento ni sustento.

No fue consiente de lo que ocurrió. Su vida siguió perpleja quizás ante el asombro del verdadero amor. Aunque su cuerpo dejó de existir, su alma perdura infinita, solitaria, perdida, incipiente. Será por siempre testigo de que el amor sobrevive, incluso a cualquier muerte.