junio 5

Ella lo sabía. Ella sabía que la forma sutil pero innegable con que sus prendas de vestir describían su cuerpo, era una provocación a gritos que resonaba en el inconsciente de cualquier humano que supiera distinguir la norma. Ella lo sabía pero igual lo negaba. Ella simplemente se disponía ante cualquier mirada suculenta como quien no quiere la cosa. Dejaba que su aura de belleza incontenible se magnificara con la moda, con su toque casual, con el botón abierto de manera inadvertida, con la tela traslucida sin recodo, con la falda un poco más arriba y escote un poco más abajo. Ella le sonreía a la suerte mientras cerraba los ojos a las consecuencias.
Por eso, cuando el incauto oficinista en un intento valiente de perseguir el camino que le gritaba felicidad le tocó el pubis de manera incauta y onerosa, ella simplemente estalló en cólera. No reaccionó en seguida, se tomó un segundo de gloria para reservar el placer suculento de quien atrapa una presa en su trampa inefable. Un segundo eterno que le serviría de pretexto para horas más tarde encerrada en la oscuridad de su sala a espaldas de su esposo durmiendo y debajo de sus hijos soñando, masturbarse con el empeño y la elocuencia de quien lo hace por primera vez. Un segundo en el que recapituló toda la rabia contenida en este mundo y la devolvió en forma de tantos gritos, tantas lágrimas, tantos golpes, insultos, arañazos y mordiscos, que el bus transmilenio donde iban todos tuvo que detener de repente su rutinaria marcha.
Con lo poco que le quedó de vida después de la paliza física que le propinaron los usuarios del transporte público y la paliza moral de su jefe al despedirlo y de su novia al echarlo a la calle, el oficinista llamado juan esteban intenta dormir ahora en la cárcel mientras que ella, llamada stella, intenta dormir al lado de su marido quien pregunta:
- dónde estabas
- en el estudio llorando, aún no me recupero por lo que pasó esta mañana