Lorena...

Cierro los ojos y mi mirada te persigue. Te desnudas con esmero, soltando tu ropa, tus miedos, y uno que otro recuerdo de la infancia.
Mi humanidad te espera. Mi pene te sentencia heroico, cual cazador ansioso relamiendo su blanda presa. Soy un huracán sonriente esperando arrasar tus islas viejas. Me sostiene inmerso y tranquilo, la sentencia segura de los segundos que esperan temblorosos la increíble atracción amorosa de nuestros cuerpos. Relleno el silencio oscuro, con el eco basto de mi corazón imponente.
Llegas a mi. Me montas. Te penetro sin espera. Siento mi alma se escurre e ingresa sin escrúpulos al candor suave de tu vagina mía. Descubre (mi alma), los repliegues hermosos de tus cavernas, las marcas alegres de tu paredes, la humedad sonsa de tu sonrisa.
Me llenas. Siento tu aliento fundir mis palabras presa a presa. Te amo sin detenimientos. Me suelto dejando que comandes el andar propenso de este tren sin frenos. Mi huracán me retuerce la entraña, y siento cada órgano cambiar su puesto, cada costilla caer en un desvanecer sincero, cada lágrima sonreír por completo.
Tu sudor me llueve, tu cara me arranca gritos soberanos de poder sombrío, tus uñas me dibujan graffitis necios de entrega sublime, tus ojos se pierden sinceros en esta novela sin fin conocido. ¿Somos? ¿Estamos aquí presentes o vivimos un sueño perdido de oliveira, haciendo el amor escondidos debajo de sus cuartos fríos, sus miedos sensatos y su sabiduría inútil?
No importa, el verano cambia de posición. Ahora mi sol te ilumina incandescente y te rompo tierno hueso a hueso. No puedo detener el correr esmero de mi pene erecto. Sale disparado a ganar los 100 metros, salta vallas, lanza garrochas, muele montañas y apaga infiernos.
¡Qué viva la vida mía y tuya bendecida por este presente eterno!
Nos convertimos entonces en un ying y yang que revuelve ciego y confunde al espectador distraído. Subimos, bajamos, cambiamos. A veces encima, a veces debajo, a veces al lado. Soy verde, amarillo, rojo. Eres viento, caramelo espeso, fluir intenso. Los minutos se detienen, se alargan, se transforman.

Y aquí termina precoz este relato sublime, mientras nuestros cuerpo siguen allá en nuestro recuerdo, amando el amor infinito e indiscutible.