El bus

Sin pensarlo tomó el bus. No sabía a donde iba o de donde venía, solo tenía presente que eso era lo que tenía que hacer, en ese preciso instante, en ese preciso momento.
Afortunadamente el transporte venía vacío. Tuvo entonces oportunidad de sentarse a dialogar con todas esas imágenes insensatas que sucumbían en su cabeza.
Un escorpión camina tranquilo por el borde de la rama de un árbol. En su camino se encuentra una hormiga sucia, perdida, confundida por la reciente lluvia que inundó su nido. Sin dedicarle siquiera una mirada de arrepentimiento, el escorpión la troza en dos, como quien desahoga su poder en una flauta de pan francés. Los pedazos sueltos de la hormiga vuelan entre un aire de temor y avivamiento.
A través de la ventana manchada esteban ve pasar la ciudad. Pasan los niños descalzos que persiguen la felicidad escondida en un trozo de suelo. Pasan los ricos onerosos en sus flamantes carrozas de desprecio. Pasan los enamorados tristes, deseosos de un tiempo singular, único, eterno.
Sin embargo, nada lo sacaba de su trance de muerto. Lo que más le ardía en el alma, era haberle visto a paula esa cara de orgasmo locuaz, simple, sin misterio. Años de hacerle el amor le habían enseñado con gran precisión cómo eran sus tiempos. Qué era verdad, qué era etéreo. Y así desde la lejanía, esos ojos sueltos, esa arruga suave en su frente, aquella boca abierta gimiendo sin desespero, eran mucho más de lo que él pudiera por fin odiar sin reconocerlo.
Una hormiga se repone del diluvio que representa el invierno inclemente del mes de marzo. Se seca tierna sus antenas con un solo pensamiento en la cabeza: volver a su hogar.
El bus empieza a llenarse de gente. Una señora con un ego de aproximadamente una tonelada, intenta abrirle paso a su cuerpo que claramente le iguala su alma perdida en el peso. A punta de argumentos cargados de una retórica insulsa, ahuyenta a su audiencia por el tono desesperante de su voz. Un ladrón de años, aprovecha la oportunidad para darle rienda suelta a lo que considera su mejor pasatiempo: restregarle su impulsada virilidad a las jóvenes sueltas sin importar su edad o aliento. Una hermosa y extraviada adolescente, resabiada en los tocares de otros cuerpos, siente como ese angustioso miembro la busca sin mayor pretexto. La niña vuelve de su encierro. Reacciona con el fuego fatuo de la ira santa envuelta en violencia viva. Una guerra mundial se desata en los pasillos sórdidos del bus, sin que no haya mayor pronunciamiento o interés por parte del conductor. Entre los gritos, las groserías, los raponazos, las balas de cañón, los entierros, los animales perdidos, un incendio, esteban se desata en un llanto frío sin remedio. Quiere devolver el tiempo. Quiere volver donde paula a recordarle lo mucho que se aman. Quiere reponer el arrepentimiento. Quiere ser él el dueño de esos fuertes orgasmos que detienen el presente. Quiere ser hormiga y luchar contra escorpiones de todos los tamaños, de todos los colores. Quiere vencer ese estúpido vació en su estómago incierto, y levantarse fugaz de su zombie aletargamiento.
Un riachuelo de gotas grises, se abre paso por medio de los matorrales nuevos. El aguacero lo limpia todo. El ambiente respira un aire virgen libre de encierro. Cientos de hormigas, aprovechan los cadáveres de sus vecinas para realizar un festín de bienvenida al invierno. Un ladrillo mal colocado hizo que el caminar de las aguas llovidas a través del suelo, fuera el desatino de las unas y la suerte de las otras. Un búho sonríe ante las ironías del entre juego. El hormiguero inundado era más grande, más fuerte, más vigoroso y propenso, a ser dueño del terreno.
Después de las acostumbradas requisas, pesquisas, interrogatorios y torcida de ojos a lugar, esteban logra subir nuevamente al bus. La guerra desatada entre las furias mixtas de los usuarios incandescentes, por el momento solo deja un reguero de exaltaciones candentes, que se empiezan a enfriar con la presencia de la policía y el desapruebo de la muchedumbre de costumbre. Entre la confusión de la lucha, los gritos de esteban fueron asumidos como una versión más, del transeúnte de turno que pierde los estribos ante la coyuntura demente.
Un poco más calmado gracias a la catarsis reactiva, esteban vuelve a su puesto y recuesta la cabeza sobre el aún manchado vidrio del bus. Cae en un sueño fluorescente. Ahora es un escorpión gigante que camina suntuoso por su verde reino. Nada lo detiene, es un bulldozer infernal que arrasa todo lo que encuentra en su camino. Está pleno, la seguridad del amor de su esposa le otorga el poder de arrancarlo todo, de no tener en quién depositar sus miedos. De repente, está nuevamente encerrado en el closet de su casa de acuerdo a las recomendaciones serias de su mejor amigo. Alcanza a ver a su esposa entrar al cuarto, desnudarse rápidamente, caer en pleno. La ve gozar de un placer que no es el suyo, la ve besar y chupar y realizar cosas que siempre fueron inimaginables en sus encuentros. Peor aún, cuando su esposa termina jadeante del amor eterno, esteban nota la felicidad en su sonrisa de consuelo. Ahora es una hormiga partida por mitades que se enfrenta al viento.
El señor conductor del bus tiene la decencia de despertar a esteban, en algún recóndito de una ciudad que duerme sin un porqué verdadero. Esteban duda en bajarse del bus, no sabe que rumbo tomar, ni mucho menos qué hacer con su vida. Al bajarse y sin quererlo, con su pié derecho estripa un escorpión hambriento, que venía pensando en las hormigas sin consuelo.