Círculo

Él no tenía más remedio que amarla a ella. Ya lo había intentado todo. Despreciarla, ignorarla, quemar sus fotos, borrar sus chats... Ella era como una luna llena frente a su marea inextinguible de humillante entrega y subordinación. Y no podía ser de otra manera. Desde el perfume que usaba por la mañanas, pasando por su recatada forma de hablar, sus gustos más sensatos, su figura hermosa y tímida, su inteligencia visceral y su sonrisa a toda prueba, toda ella pareciera haber sido creada a su gusto y semejanza. En los cuatro años que llevaba de conocerla, no había notado una sola pizca de descoordinación con ese modelo implícito que todos llevabamos dentro y que reconocemos como la otra mitad del sol.
Por eso incluso a veces se esmeraba cada vez en conocerla más a fondo, saber cada detalle, reconocer cada intensión. Había llegado hasta hastiarla con sus interrogatorios, con sus pruebas, con sus cuestionamientos y conversaciones insulsas. Todo para saberla única, inusual, perfecta.
Lo que él no sabía, es que ella era incapaz de amarlo a él. No porque no se mereciera dicha respuesta o porque no fuera hermoso, todas sabían que si lo era. Simplemente ella tenía su corazón empeñado en otro ser. En cierta manera parecido a él, este tercer ingrediente era un hombre culto, altivo, sobrio, cortes y caballeroso. Pisaba como si conociera cada vicisitud del terreno. hablaba con propiedad de cualquier tema por más estúpido que fuera (las cautivaba a todas con sus recuentos de la novela de la noche), y poseía el sentido del humor más intrigante jamás visto. A diferencia de él, ella no necesitó conocer más a fondo a este personaje. Bastaron unas cuantas miradas, escuchar su taconeo inigualable, posarse sobre su voz oscura, evitar el no rozar sus manos, para ser toda suya y desperdiciar el tiempo y los esferos de la oficina en escribir mil veces su nombre en los papeles sin voz ni recuerdo.
Lo que él y ella no sabían y mucho menos imaginaban, es que este tercer personaje, esta tercera esfera rondante de este laberinto de frenesí y sufrimiento, lo amaba de vuelta a él. Al primero. SI!! al primero. Al ejecutor y creador de este loco círculo de idolatría confusa y degenerada.
Todos enamorados de cada uno. El primero comprando bombones en la tienda de la esquina, la otra besando al espejo del baño ahogando su lujuria reprimida, el tercero masturbándose entre las lágrimas de su imaginación. Ninguno capaz de hablar, todos muriendo en silencio y desamor.
La vida los fue separando. El primero se casó con una infanta a quien embarazó sin orgasmo y en secreto. La segunda huyo a las tierras malditas, donde habría de sufrir el destierro del olvido y el último, murió prisionero del infalible alcohol.
Han dicho que el amor es cruel, que se burla de los más valientes y desenfrena a los más cautivos. Lo único cierto es que en sus caminos y círculos más espesos insistimos en enredarnos, corremos sin intriga ni reminiscencia, ciegos de alegría y dolor, sin quisiera detenernos, sin ni siquiera voltear a mirar hacia atrás, a ver, quien nos sigue en su descontento.