La paz, una noble cualquiera.

Somos consientes que estamos vivos. Sabemos esto como se siente, de que se trata y como se logra. Entendemos el concepto de vida, y tenemos empatía con otros seres que al igual que nosotros, estén vivos. Al final la vida inteligente, comprende y admira la vida, así esta otra, no sea inteligente.

Desde esa perspectiva, parece muy claro el porqué todas las religiones, las leyes y acuerdos universales, los principios éticos y morales, y en general el imaginario colectivo, condena la muerte de seres humanos, a manos o causados por, otros seres humanos. Estamos vivos y no nos gusta todo aquello que produzca la muerte, sobretodo si, "todo aquello" podemos ser nosotros mismos.

Sin embargo, aunque parecería que como sociedad comprendemos la importancia del acuerdo tácito y más que explícito que tenemos los seres humanos de no terminar con la vida de otros seres humanos, existen múltiples escenarios donde el concepto no alcanza ni siquiera el estatus suficiente para soportar un debate. Son varios los planos donde aceptamos la muerte de hombres causada por otros hombres, incluso la avalamos desde las mismas perspectivas que la condenan, es decir, desde la misma religión, leyes, acuerdos etc. El  más triste y repudiado de todos ellos: la guerra.

Toda ideología tiene su contraparte. Es producto de nuestra propia inteligencia y razonar, encontrar múltiples caminos hacia un mismo destino. Esta red de soluciones y partidos, refleja las diferencias de nuestro carácter, cultura, posición e incluso, disposición genética. A diferencia de nuestras creaciones industriales, iguales e idénticas entre si en cuerpo y alma, sin distinciones particulares a través del tiempo o espacio, la nuestra es una historia de patrones similares, de morfologías y estructuras aproximadas, de vidas paralelas, pero jamas, de exactitud en razón o sentimiento.

Por este motivo, el conflicto es capítulo fundamental en nuestro convivir histórico. Tenemos tantas diferencias de opiniones, como tantas ramas del conocimiento hay. Un viejo y conocido refrán del chapulín colorado reza que, "más fácil poner de acuerdo a 10 monos para una foto que...", albergando en la sabiduría popular lo que muchas veces nos cuesta tanto trabajo aceptar: la Verdad está compuesta por un sin fin de realidades coloreadas que esconden la certeza de un único matiz. Desde el lecho matrimonial hasta los oráculos celestes, cualquier escenario es digno de un debate que desemboque en conflagración. Partiendo de qué ingredientes deben incluirse en un buen plato de fríjoles, pasando por los artículos de la reforma agraria y llegando a cuantos pares son tres moscas, la verdad parece única a cada uno y más relevante que la del resto, hasta el punto que sólo a través de nuestras opiniones, válidas o no, creemos merecer el reconocimiento opuesto.

La ciencia ha trazado una metodología certera para que aceptemos todos, las interpretaciones que logramos proponer de nuestro mundo colectivo. La ley nos impone comportamientos y acciones a la luz de encontrar el beneficio común, la filosofía nos da herramientas para acceder a posibles estructuras cuerdas de razonamiento y la democracia nos vende la supuesta voluntad de la mayoría. Y aunque todos estos esfuerzos  para ponernos de acuerdo son bastante válidos y eficientes, sigue habiendo entre el montón personas que reniegan del proceder democrático, se aburren de la filosofía, quiebran la ley, y lo peor, son escépticas ante la ciencia. Como bien lo dijo la matrix (la película), habrá alguno reactivo que no acepte la programación inicial.

Ahora bien, retomando el foco, la resolución de conflictos a su  vez tiene metodologías contrarias. Dos opositores pueden curar sus diferencias, ya sea siguiendo el camino del mutuo acuerdo, o, simplemente a los machetasos. Los pueblos pueden irse a la paz, o, pueden irse a la guerra. Lo más irónico es que, hasta en la forma misma de resolver diferencias, existen diferencias.

Un mutuo acuerdo o solución pacífica parte del reconocimiento del otro. Incluye la empatía que permite situar al opuesto en el mismo contexto, pero vestido con diferentes colores. Ambos residen en polos opuestos de la balanza, pero pueden llegar a convenir en las condiciones mismas de su posición (ambos están en la balanza). Por el contrario, un conflicto que pretende resolverse de manera bélica o violenta, intenta desaparecer al otro. Reside en la mutua antipatía y sólo quiere prevalecer desconociendo al contrario. Se cierra completamente a la existencia de la contra. "No lo quiere ni ver".

El acuerdo requiere escuchar, comunicar y argumentar, y aunque exige un gran esfuerzo de inteligencia hacer valer una opinión, demanda un mayor esfuerzo de corazón, validar una opuesta. La disputa sin razón corta la comunicación. Sólo emite. Dogmatiza unos parámetros locales, hasta el punto de encontrar solo en la violencia (así sea de palabra u omisión de atención), la fuerza para poseer razón.

La paz necesita bajar la frente, aceptar falencias y responsabilidades, convive con la humildad, el amor y sobre todo, el perdón. La guerra es altiva, sólo se mira a si misma. No perdona, es infalible. Se alimenta del odio, el rencor y las ganas de destruir al otro, o lo que presuma su esencia.

Una cosa es importante reconocer, la paz requiere mucha más valentía, decisión, tenacidad, que emprender cualquier guerra.Y el remate: la paz, trae más paz. La guerra, da pié a más guerra. si un país como Colombia quiere finalmente un día alcanzar la paz, ¿por qué le seguimos aportando y apostando a la guerra?