El brillo de tus ojos.

Su mirada se perdió en la luna por un breve instante, como un hermoso preludio de lo que habría de suceder. Sin embargo, el encuentro con su vieja amiga no tuvo la certeza suficiente como para llegar a abstraerlo de su voraz carrera.

Enfocó a su presa por allá en la quince con ochenta y cinco... o bueno, lo que quedaba de dicha esquina. Entre las ruinas metálicas de lo que un día suposo ser una bella limusina, se escurrió sin que el mismo silencio lo notara, y se preparó a perseguir su cena por la avenida que tanto impactó su confusa y ya olvidada adolescencia.

Cuando la luna lo encontró mirándola, tanto presa como perseguidor se esforzaban por sortear un espeso laberinto de montañas y ríos de chatarra milenaria que empezaban a ser devorados por una naturaleza torpe y meditabunda. Los viejos paraderos de la quince se disfrazaban de un verde insípido, mientras las tiendas de moda acomodaban una nueva especie de mamíferos tímidos pero convencidos de que por fin había llegado su oportunidad de dominar al planeta.

Por fin, un error fatal de la presa la llevó a caer por el deprimido de la cien, a donde él llegó a reclamar la sangre y sudor que tanto quería sentir corriendo por sus propias venas. Sus dientes se clavaron en la piel de aquel animal con tanta furia y pasión, que el rojo explosivo de dicho encuentro brilló en desespero. La carne aún tibia y llena de adrenalina por la carrera se deslizaba entre sus dientes con una deliciosa satisfacción humeante. Sostenía entre sus dedos al cadáver con tanto salvajismo y emoción, que hubiera sido imposible descifrar que de aquellas inteligentes manos nacían las palabras que enamoraban incautas y que cultivaban sueños.

 A medida que su corazón volvía a distraerse y su instinto se derretía en la satisfacción del premio, sus ojos empezaron a danzar nerviosos en el micro entorno del momento. No se dejó cautivar por los graffittis noventeros, los cuales ya habían perdido letras sin sentido, y tampoco por la intricada posición que sostenían algunos vehículos sobre la avenida, la cual desafiaba toda física.

Simplemente, su visión había perdido todo contexto de lo que alguna vez fue y ahora era otra cosa, y ya no encontraba que la belleza emanara de las enredadas figuras que circundan nuestra realidad cotidiana. Él solo buscaba cualquier indicio de amenaza. Cualquier movimiento que lo hiciera transformarse de cazador a presa, y que lo obligara a buscarle refugio a su vida en otra carrera indeterminada sin fin aparente, sin otro motivo que el mero escape a su propia muerte.

Todo parecía estar en calma. La vía láctea se dibujaba en el cielo bogotano con tanto esplendor que le permitía a la luna sonreír a causa de las cosquillas que le propinaban los astros aparentes. El sueño poco a poco empezó a dibujarse en su mirada con tanto ímpetu, que sin preocuparse por el cómo o el porqué, simplemente buscó entre los automóviles un lugar seguro donde refugiarse. Para él, en ese momento e historia, sus antes codiciados bienes no representaban más que un hogar transitorio en el que encontraba algo de paz en este nuevo salvaje mundo que se sostenía entre sus propias penas.

El sol del mediodía se esforzó por encontrarlo profundo entre un sueño intrínseco dentro de otro sueño. Su figura volátil perseguía esplendida, no sólo animales desesperados y presas distraídas; se confundía ingrávida entre los conceptos irrelevantes que algún tiempo atrás formaban su vida. Cazaba indicadores de gestión, se protegía de su propio y elusivo desempeño y volaba entre misiones, visiones y planeaciones estratégicas. Recordando sin entender, olvidando sin reconocer, siendo ahora, antes, mañana, acontecer.

Por eso cuando despertó, ahí mismo en ese lugar sin inflexión, sin presente, pasado o pudor, su mente simplemente se confundió. Sin reconocerlo había pasado la noche entre su propio carro, rodeado de su familiaridad aparente sin que él, en un principio reconociera su propio olor. La escena familiar pero distorsionada, le jugó la peor broma de distracción.

Cuando se incorporó, no reconoció el mundo entre ruinas que su propia especie erigió. Para él era una mañana cualquiera, de aquellas que tantas veces vivió. Volvió a ser, entre aquel espacio tan familiar (su carro detenido entre el trancón de la novena con cien), el hombre que apoyaba su corazón en un castillo de naipes sostenido en el poder sin pasión. De forma casual y poco profunda, mentalmente se quejó del gobierno local por permitir esta movilidad inerme, y sin pensarlo dos veces retomó su celular (que seguía postrado en el mismo lugar donde lo había dejado treinta años atrás), para escribirle a su secretaria y explicar su deserción. También alegó del hecho de no encontrar señal, y de que su radio pareciera haber perdido toda recepción.

" Hasta las señales electromagnéticas se tiró este huevón"- argumentó. Sus palabras desnudas y tiernas resonaron con tan poco sentido en esta selva nueva sin apariencias, que se no reconoció en su tono de voz la insulsa sonoridad de un hombre que llevaba diez años sin pronunciar palabra.

Desperezándose con ese gesto de resignación que todos hacemos cuando nos quejamos del sin sentido que tiene nuestro propio sin sentido, retomó aquella maña temprana de pasar su mano por la frondosa cabellera que cubría sus pensamientos.

Sin embargo algo extraño sucedió. Poco a poco la realidad empezó a tomar posesión. Se reconoció gerente y cazador, hombre, bestia, salvaje depredador. Sus manos, que horas atrás habían despedazado los tiernos muslos de su presa sin hacer alarde de su complexión, de repente recordaron que décadas atrás habían hecho letra su pasión.

¡Recordó!

Recordó que era uno de los pocos sobrevivientes de aquella especie que cambiaba el curso de los ríos, creaba nuevos elementos químicos y nombraba hasta el patrón que las figuras milenarias de millones de soles dibujaban en el cielo.

Recordó aquella mañana en que los misiles empezaron a caer y el mundo se tornó en un infierno cliché que se dibujó en muerte y destrucción. Escuchó los gritos, olió las cenizas, sintió el dolor.

Recordó como tuvo que sobrevivir dejando de ser él para convertirse en un animal que aunque se asemejaba a él, no era más que un gerente de muerte, miedo, y lejano de toda seducción.

A medida que los lobos empezaron a rodear el vehículo, las lagrimas trataron de limpiar su rostro. Supo que no tendría escapatoria de esta celada reunión. Mientras su viejo YO se fundía en recordar, su nuevo YO había fallado al no escapar. La muerte, a la que tantas veces le habia hecho adios con las puntas de sus propios dedos, estaba ahí, sola y con muchas ganas de esperar.

Segundos antes de que millones de colmillos se abalanzaran sobre su viejo cuerpo para reclamar el premio de la más antigua guerra, logró clavar sus ojos sobre aquel verde intenso que le devolvió su propio reflejo en el sucio espejo.

Murió despedazado por los cazadores vengativos una tarde de mayo sin pronóstico, pensando y recordando aquella lejana mujer que una tarde de diciembre valiente había iluminado el cielo con sus hermosos besos escapando a toda suerte, en el eterno brillo de lo que sería nunca y jamas el único verde que te entregan esos, mis ojos resplandecientes.