Wrong way Right way

Ana María sostenía entre sus manos el tarro metálico con diseños de snoopy en el que habían acordado mantener las pastillas. Cloracepam y Citalopram, mejormente conocidos por ellos como el dúo pam parampampam pam pam, eran dos nombres enredados ajenos a toda poesía y toda lógica, que parecían ser más una mala receta contra el cólico miserere, y no, los certeros portadores de la bienaventurada paz.
Ana María y José Miguel se habían conocido un par de años atrás, en la organización de un concierto de rocanrol organizado por una beneficiencia. La noche de su primer encuentro terminaron haciendo el amor en el baño de una pizzería barata, después de una grande de salami y queso y media docena de cervezas cada uno. Desde ese mismo instante, en el que absurdo hecho que la erección de José Miguel mantenía intacta aún después del duelo, la risa fue un ingrediente importante en la estabilidad emocional de ambos. La locura a penas podía sostenerlos. La moto de José Miguel estaba siempre lista para cualquier ocurrencia, como la de irse un martes a las tres y media de la mañana a desayunar a la plaza de mercado de girardot, o la de hacer el amor en las playas de cartagena, sin más presupuesto que unos miles de pesos para la gasolina del viaje ida y vuelta.
Muchos amaneceres encontraron a Ana María contando los tatuajes amazónicos de José Miguel, así como muchos atardeceres encontraron a José Miguel inventando historias inconclusas e ilógicas para Ana María. La risa y felicidad, parecían existir solo para sucumbir a sus deseos. Viajaron, leyeron, copularon y hasta se vendieron, con tal de vivir juntos siempre desde el principio hasta el final de los tiempos.
Más (y aún) y sin embargo, la eternidad es más cercana de lo que muchos creemos. El temperamento de José Miguel empezó a variar entre la alegría sin límites, el esfuerzo desmesurado por no hacer nada y la melancolía asincrónica. Así por ejemplo, aunque el sexo siguió teniendo la tonalidad ilógica y despiadada de siempre, más de una vez José Miguel se levantó en pleno acto, y sin importarle cuan medio desnudo o erecto estaba, se dedicaba a recorrer las calles solas sin mayor objetivo que el de calmar sus fuegos internos. De igual forma, empezó a perder el juicio de la consecuencias de sus actos. Otro par de ocasiones estuvieron a punto de morir de pánico y de atropellamiento, al José Miguel tomar riesgos innecesarios en su conducción motociclística.
Ana María, quién a principio aún veía todo con el asombro de quien se asoma por primera vez a la locura inocua de la adolescencia tardía, solo cayó en cuenta de la gravedad del problema, aquella tarde ilusa en la que José Miguel destruyó a puños su colección de vasos cerveceros al regresar de un altercado mínimo en un partido de fútbol de barrio. Aunque nunca le tocó un pelo, esas alteraciones inclementes de violencia, empezaron a sembrar en Ana María un pánico atroz, que incluso la postró por primera vez en diez años un viernes en su casa, con tal de no confrontar la posibilidad de que José Miguel terminara en problemas por su alteraciones de genio sin control. Lo peor, era que esas alteraciones traían consigo la posterior entrega a un más desagradable demonio. Luego de cada explosión, José Miguel se clavaba de lleno en la piscina de la total tristeza y apatía. No había programa de televisión, concierto de rocanrol, desnudez de Ana, contada de historias o tatuajes lo suficientemente potente para sacar a José de la cama. Era la asquerosa e intolerable calma, después de la feroz e incontenible tormenta. Era un pequeño infierno.
"Trastorno de ansiedad, combinado con algunos episodios de depresión moderada", fue el dictamen del doctor sin nombre, quién estampillo el dúo pam parampam sin dolor o calor en una receta médica.
Decidieron por primera vez enfrentar la vida como la deciden enfrentar supuestamente los adultos; con la valentía necia y terca de quien cree toda consecuencia es producto de una causa manejable. Sacaron al alcohol de sus vidas, ordenaron de forma diferente la sala de su casa, vendieron la moto y decidieron intentar jugarse la vida de una forma más responsable y austera, buscando la paz interior en el concepto que ambos más odiaban, la serenidad.
Poco a poco las pastillas empezaron a tener su efecto. José Miguel empezó a mantener un tono más calmado, y las depresiones empezaron a quedar escritas en los anuarios del pasado, como cuando se acuerda uno de sus pataletas de su niñez. La vida fue pasando de un arco iris intenso de todos los colores, a un gris pálido estable sin mayores saltos cromáticos. Incluso el sexo, empezó a regularse por completo. De las viejas épocas de hacer el amor en cada baño de un mismo centro comercial, un día se encontraron acostados a la misma hora, el mismo día de la semana, en la misma pose y tomándose la misma cantidad de tiempo. Y ante el chiste de Ana de mirar el reloj y decir "bueno, que pose es la que hacemos a las ocho y media?", José Miguel solo reaccionó con una sonrisa sin lamento. Ella empezó a sentir, que el amor se volaba por las rendijas del suelo.
Por eso, al oscurecer el cielo, Ana María intentaba encontrar en la suave sonrisa de snoopy una palabra de aliento. Habían ambos preferido vender el infierno y comprar un pequeño pedazo de cielo. La duda surgía,¿qué tan buen negocio era, qué tan justo era cambiar felicidad por tranquilidad, era acaso preferible quemarse en el subsuelo, al son del vallenato puro, la lujuría incontrolable y la locura sin esfuerzo, o morirse de tedio y aburrimiento en un paisaje blanco e inmáculo, unas alas muertas y el bamboleo eterno de un arpa sin imaginación o lamento?
Snoopy no decía nada. Las lágrimas de Ana María cortaban el silencio.
A medida que sus suspiros se dejaban llevar por el viento, sin pensarlo pero obedeciendo a su último deseo, snoopy empezó a vomitar las pastillas grises que a través de la ventana se aventuraron a dominar el vacío suculento.
Meses más tarde José Miguel y Ana María murieron en un accidente violento, intentando demostrar que se puede hacer el amor e ir conduciendo.
Llegaron al infierno entre las risas puras que brinda el amor verdadero. Sin límites, sin cadenas, solo mágico y puro entendimiento.