Ausencia

Un hombre camina solo por las empinadas calles de un pueblo virgen. Su paso denota el andar de un alma confundida, pero a la vez sedienta y altiva. Sus pies persiguen ansiosos, los trozos de un sentimiento refundido que él mismo no ha sido capaz de reconocer.
Por si acaso pudiera poner en duda el motivo de las circunstancias adversas, el cielo decide premiar su obstinación con un pequeño huracán en creciente, que permite a las pocas voces circundantes arrancar en grito a buscar la guarida más cercana.
En un gesto de recelo triste pero indiferente, el hombre decide detener su andar y enfocar su mirada segura al cielo tormentoso. Los ríos de nubes se pronuncian con el feroz argumento que asusta ejércitos. El hombre reconoce en sus labios, el esplendor de la lluvia mezclado con el candor de su sudor y la irreverencia de sus lágrimas. Su corazón palpita en resonancia, pero no porque se refugie en el temor de los hombres, sino porque admira su ángel valentía.
En el segundo que baja su cabeza y decide reanudar su destino, el cielo se pronuncia nuevamente a través de un grito relámpago, que descarga su ira a través de un fulminante rayo a pocos metros de su camino.
Sin importar lo cerca que le acaba de rozar la aniquilación segura, se abre paso entre el asombro de los testigos, el aullido de muchos perros y el fuego inconsecuente.
Él sabe, que su honda tristeza no encontrará asilo en la destrucción permanente del suelo de su decisión. Él sabe que su peso no lo descargará los gritos de advertencia de nubes, perros y transeúntes indiferentes. Él sabe que la ausencia de tu alma, no la calla ni la propia muerte.

Who are u love?

No soy la nada, no soy el todo.
Soy el bombillo de luz ténue en la fuerte lluvia, el asiento de plástico que vuela por la playa, el grito en la muchedumbre.
Soy nada, soy todo.
Soy el tatuaje que sangra y resplandece, soy el chat urgente sin respuesta y qué, soy las aspirina necesaria enterrada en el barro azúl inminente.
Qué es la nada, qué es el todo.
Dónde guardas tus sueños dios, de qué están hechas tu noches oscuras y a quién pretendías engañar con esto llamado vida.
De qué te escondes sin más remedio belcebú, por qué lloras en las mañanas frías, quién te cura las heridas putrefactas de tu corazón, por qué me hablas, me miras y luego te ríes.
Dónde hay entonces que buscar las respuestas. De qué están llenas las alacenas. Dónde se puede comprar una tonelada de esperanza, un corazón infranqueable y media docena de sonrisas feas.

you are wild

Toco la puerta y no hay nadie. Adentro no hay nadie, solo tres docenas de mis miedos, una flor y el recuerdo eterno de tu voz.
Y sin embargo entro. La flor me alumbra todo el camino. Mis miedos se me lanzan en picada, como una manada de perros tiernos hambrientos de amor.
No tengo otra cosa que hacer que mirarlos uno a uno. Dejarme besar el cuerpo con sus espinas, dejarme mortificar el alma con su dolor.
No sé por qué he vuelto. No sé por qué no he salido corriendo a buscar otra vida, otro cuerpo. No sé por qué vuelvo e insisto y me mantengo.
I am not going to dye. You are wild, I am nobdy.
Mis lágrimas vienen al rescate. Mis ojos sienten tu dolor.
Y sin embargo, el vacìo sigue ahí, sigue presente, como una tela inefable que habrá de recoger todos mis gritos, mis palabras, todo mi ser.
Quisiera que te bajaras de esa foto y vinieras a verme. Quisiera que el recuerdo de tu voz pudiera abrazarme, pudiera contarme cuantas veces caminaste el mundo esperando calmar mi llanto, cuantas veces me perseguiste desde la nada, cuantas veces gritaste lo orgulloso que estabas de mí, sin que yo pudiera escucharte, cuantas veces viniste a darme tu amor. I also love u dad...
I am going to dye, and you are wild and I am everybody.

Wrong way Right way

Ana María sostenía entre sus manos el tarro metálico con diseños de snoopy en el que habían acordado mantener las pastillas. Cloracepam y Citalopram, mejormente conocidos por ellos como el dúo pam parampampam pam pam, eran dos nombres enredados ajenos a toda poesía y toda lógica, que parecían ser más una mala receta contra el cólico miserere, y no, los certeros portadores de la bienaventurada paz.
Ana María y José Miguel se habían conocido un par de años atrás, en la organización de un concierto de rocanrol organizado por una beneficiencia. La noche de su primer encuentro terminaron haciendo el amor en el baño de una pizzería barata, después de una grande de salami y queso y media docena de cervezas cada uno. Desde ese mismo instante, en el que absurdo hecho que la erección de José Miguel mantenía intacta aún después del duelo, la risa fue un ingrediente importante en la estabilidad emocional de ambos. La locura a penas podía sostenerlos. La moto de José Miguel estaba siempre lista para cualquier ocurrencia, como la de irse un martes a las tres y media de la mañana a desayunar a la plaza de mercado de girardot, o la de hacer el amor en las playas de cartagena, sin más presupuesto que unos miles de pesos para la gasolina del viaje ida y vuelta.
Muchos amaneceres encontraron a Ana María contando los tatuajes amazónicos de José Miguel, así como muchos atardeceres encontraron a José Miguel inventando historias inconclusas e ilógicas para Ana María. La risa y felicidad, parecían existir solo para sucumbir a sus deseos. Viajaron, leyeron, copularon y hasta se vendieron, con tal de vivir juntos siempre desde el principio hasta el final de los tiempos.
Más (y aún) y sin embargo, la eternidad es más cercana de lo que muchos creemos. El temperamento de José Miguel empezó a variar entre la alegría sin límites, el esfuerzo desmesurado por no hacer nada y la melancolía asincrónica. Así por ejemplo, aunque el sexo siguió teniendo la tonalidad ilógica y despiadada de siempre, más de una vez José Miguel se levantó en pleno acto, y sin importarle cuan medio desnudo o erecto estaba, se dedicaba a recorrer las calles solas sin mayor objetivo que el de calmar sus fuegos internos. De igual forma, empezó a perder el juicio de la consecuencias de sus actos. Otro par de ocasiones estuvieron a punto de morir de pánico y de atropellamiento, al José Miguel tomar riesgos innecesarios en su conducción motociclística.
Ana María, quién a principio aún veía todo con el asombro de quien se asoma por primera vez a la locura inocua de la adolescencia tardía, solo cayó en cuenta de la gravedad del problema, aquella tarde ilusa en la que José Miguel destruyó a puños su colección de vasos cerveceros al regresar de un altercado mínimo en un partido de fútbol de barrio. Aunque nunca le tocó un pelo, esas alteraciones inclementes de violencia, empezaron a sembrar en Ana María un pánico atroz, que incluso la postró por primera vez en diez años un viernes en su casa, con tal de no confrontar la posibilidad de que José Miguel terminara en problemas por su alteraciones de genio sin control. Lo peor, era que esas alteraciones traían consigo la posterior entrega a un más desagradable demonio. Luego de cada explosión, José Miguel se clavaba de lleno en la piscina de la total tristeza y apatía. No había programa de televisión, concierto de rocanrol, desnudez de Ana, contada de historias o tatuajes lo suficientemente potente para sacar a José de la cama. Era la asquerosa e intolerable calma, después de la feroz e incontenible tormenta. Era un pequeño infierno.
"Trastorno de ansiedad, combinado con algunos episodios de depresión moderada", fue el dictamen del doctor sin nombre, quién estampillo el dúo pam parampam sin dolor o calor en una receta médica.
Decidieron por primera vez enfrentar la vida como la deciden enfrentar supuestamente los adultos; con la valentía necia y terca de quien cree toda consecuencia es producto de una causa manejable. Sacaron al alcohol de sus vidas, ordenaron de forma diferente la sala de su casa, vendieron la moto y decidieron intentar jugarse la vida de una forma más responsable y austera, buscando la paz interior en el concepto que ambos más odiaban, la serenidad.
Poco a poco las pastillas empezaron a tener su efecto. José Miguel empezó a mantener un tono más calmado, y las depresiones empezaron a quedar escritas en los anuarios del pasado, como cuando se acuerda uno de sus pataletas de su niñez. La vida fue pasando de un arco iris intenso de todos los colores, a un gris pálido estable sin mayores saltos cromáticos. Incluso el sexo, empezó a regularse por completo. De las viejas épocas de hacer el amor en cada baño de un mismo centro comercial, un día se encontraron acostados a la misma hora, el mismo día de la semana, en la misma pose y tomándose la misma cantidad de tiempo. Y ante el chiste de Ana de mirar el reloj y decir "bueno, que pose es la que hacemos a las ocho y media?", José Miguel solo reaccionó con una sonrisa sin lamento. Ella empezó a sentir, que el amor se volaba por las rendijas del suelo.
Por eso, al oscurecer el cielo, Ana María intentaba encontrar en la suave sonrisa de snoopy una palabra de aliento. Habían ambos preferido vender el infierno y comprar un pequeño pedazo de cielo. La duda surgía,¿qué tan buen negocio era, qué tan justo era cambiar felicidad por tranquilidad, era acaso preferible quemarse en el subsuelo, al son del vallenato puro, la lujuría incontrolable y la locura sin esfuerzo, o morirse de tedio y aburrimiento en un paisaje blanco e inmáculo, unas alas muertas y el bamboleo eterno de un arpa sin imaginación o lamento?
Snoopy no decía nada. Las lágrimas de Ana María cortaban el silencio.
A medida que sus suspiros se dejaban llevar por el viento, sin pensarlo pero obedeciendo a su último deseo, snoopy empezó a vomitar las pastillas grises que a través de la ventana se aventuraron a dominar el vacío suculento.
Meses más tarde José Miguel y Ana María murieron en un accidente violento, intentando demostrar que se puede hacer el amor e ir conduciendo.
Llegaron al infierno entre las risas puras que brinda el amor verdadero. Sin límites, sin cadenas, solo mágico y puro entendimiento.  
 

El bus

Sin pensarlo tomó el bus. No sabía a donde iba o de donde venía, solo tenía presente que eso era lo que tenía que hacer, en ese preciso instante, en ese preciso momento.
Afortunadamente el transporte venía vacío. Tuvo entonces oportunidad de sentarse a dialogar con todas esas imágenes insensatas que sucumbían en su cabeza.
Un escorpión camina tranquilo por el borde de la rama de un árbol. En su camino se encuentra una hormiga sucia, perdida, confundida por la reciente lluvia que inundó su nido. Sin dedicarle siquiera una mirada de arrepentimiento, el escorpión la troza en dos, como quien desahoga su poder en una flauta de pan francés. Los pedazos sueltos de la hormiga vuelan entre un aire de temor y avivamiento.
A través de la ventana manchada esteban ve pasar la ciudad. Pasan los niños descalzos que persiguen la felicidad escondida en un trozo de suelo. Pasan los ricos onerosos en sus flamantes carrozas de desprecio. Pasan los enamorados tristes, deseosos de un tiempo singular, único, eterno.
Sin embargo, nada lo sacaba de su trance de muerto. Lo que más le ardía en el alma, era haberle visto a paula esa cara de orgasmo locuaz, simple, sin misterio. Años de hacerle el amor le habían enseñado con gran precisión cómo eran sus tiempos. Qué era verdad, qué era etéreo. Y así desde la lejanía, esos ojos sueltos, esa arruga suave en su frente, aquella boca abierta gimiendo sin desespero, eran mucho más de lo que él pudiera por fin odiar sin reconocerlo.
Una hormiga se repone del diluvio que representa el invierno inclemente del mes de marzo. Se seca tierna sus antenas con un solo pensamiento en la cabeza: volver a su hogar.
El bus empieza a llenarse de gente. Una señora con un ego de aproximadamente una tonelada, intenta abrirle paso a su cuerpo que claramente le iguala su alma perdida en el peso. A punta de argumentos cargados de una retórica insulsa, ahuyenta a su audiencia por el tono desesperante de su voz. Un ladrón de años, aprovecha la oportunidad para darle rienda suelta a lo que considera su mejor pasatiempo: restregarle su impulsada virilidad a las jóvenes sueltas sin importar su edad o aliento. Una hermosa y extraviada adolescente, resabiada en los tocares de otros cuerpos, siente como ese angustioso miembro la busca sin mayor pretexto. La niña vuelve de su encierro. Reacciona con el fuego fatuo de la ira santa envuelta en violencia viva. Una guerra mundial se desata en los pasillos sórdidos del bus, sin que no haya mayor pronunciamiento o interés por parte del conductor. Entre los gritos, las groserías, los raponazos, las balas de cañón, los entierros, los animales perdidos, un incendio, esteban se desata en un llanto frío sin remedio. Quiere devolver el tiempo. Quiere volver donde paula a recordarle lo mucho que se aman. Quiere reponer el arrepentimiento. Quiere ser él el dueño de esos fuertes orgasmos que detienen el presente. Quiere ser hormiga y luchar contra escorpiones de todos los tamaños, de todos los colores. Quiere vencer ese estúpido vació en su estómago incierto, y levantarse fugaz de su zombie aletargamiento.
Un riachuelo de gotas grises, se abre paso por medio de los matorrales nuevos. El aguacero lo limpia todo. El ambiente respira un aire virgen libre de encierro. Cientos de hormigas, aprovechan los cadáveres de sus vecinas para realizar un festín de bienvenida al invierno. Un ladrillo mal colocado hizo que el caminar de las aguas llovidas a través del suelo, fuera el desatino de las unas y la suerte de las otras. Un búho sonríe ante las ironías del entre juego. El hormiguero inundado era más grande, más fuerte, más vigoroso y propenso, a ser dueño del terreno.
Después de las acostumbradas requisas, pesquisas, interrogatorios y torcida de ojos a lugar, esteban logra subir nuevamente al bus. La guerra desatada entre las furias mixtas de los usuarios incandescentes, por el momento solo deja un reguero de exaltaciones candentes, que se empiezan a enfriar con la presencia de la policía y el desapruebo de la muchedumbre de costumbre. Entre la confusión de la lucha, los gritos de esteban fueron asumidos como una versión más, del transeúnte de turno que pierde los estribos ante la coyuntura demente.
Un poco más calmado gracias a la catarsis reactiva, esteban vuelve a su puesto y recuesta la cabeza sobre el aún manchado vidrio del bus. Cae en un sueño fluorescente. Ahora es un escorpión gigante que camina suntuoso por su verde reino. Nada lo detiene, es un bulldozer infernal que arrasa todo lo que encuentra en su camino. Está pleno, la seguridad del amor de su esposa le otorga el poder de arrancarlo todo, de no tener en quién depositar sus miedos. De repente, está nuevamente encerrado en el closet de su casa de acuerdo a las recomendaciones serias de su mejor amigo. Alcanza a ver a su esposa entrar al cuarto, desnudarse rápidamente, caer en pleno. La ve gozar de un placer que no es el suyo, la ve besar y chupar y realizar cosas que siempre fueron inimaginables en sus encuentros. Peor aún, cuando su esposa termina jadeante del amor eterno, esteban nota la felicidad en su sonrisa de consuelo. Ahora es una hormiga partida por mitades que se enfrenta al viento.
El señor conductor del bus tiene la decencia de despertar a esteban, en algún recóndito de una ciudad que duerme sin un porqué verdadero. Esteban duda en bajarse del bus, no sabe que rumbo tomar, ni mucho menos qué hacer con su vida. Al bajarse y sin quererlo, con su pié derecho estripa un escorpión hambriento, que venía pensando en las hormigas sin consuelo.