Un hombre

Un hombre es muchos hombres.
El primero se llama perséfone. Vive en la imaginación eterna, le gusta soñar sobre el futuro que no conoce, le gusta dibujar máscaras en las nubes. Se transporta en las tragedias, se contempla en el llanto. Porque eso es lo que le gusta imaginar: tragedias y llantos. Solo pinta paisajes oscuros llenos de muerte y contemplación. La muerte como escape, el fin de su vida presente para darle paso a una mejor vida, la oportunidad de sobreponerse con fortaleza al dolor impuesto y brindarle un rumbo certero a lo que tiene. Representa un anestésico que calma la ironía del ahora, con las lágrimas del despúes, las cuales le daran la fuerza que no sostiene.
Se siente bien, se siente drogarse con una gloria que no existe pero que es necesaria. Es borrar el yo, para pintar un super yo que emerge del fuego consumiente. No quiere hacer ningun daño.
El segundo se llama israél. Su arma es el control. Ataca con la dureza de años de entrenamiento y con la certeza de su inteligencia feroz. Pero no renace en la inmediatez del encuentro. Primero cavila en silencio, en su encierro. Arma sus argumentos con esmero, con la finura de un cazador violento.
Llegado el momento, se apodera por completo. Atropella con sus palabras, adorna con el manoteo de su voz. Es indolente, ametralla, golpea, sabe qué tiene que decir y cuándo y cómo decirlo, de forma que remata cualquier respuesta, vence cualquier objeción.
Se siente como un viento huracanado que exhala del centro de mi estómago. Se siente bien liberar la presión presente.
No quiere hacer ningún daño.
Israel tiene un primo chiquito llamado Anibal. Anibal le pone la punta a las flechas que ha creado Israel. Son puntas que nacen de conclusiones sin nombre. En dos segundos es capaz de armar historias atroces que rompen cualquier ilusión. En una mirada ajena entre dos conocidos, es capaz de reconocer el deseo de volcanes de lujuria. En la simpatía del agradecimiento, supone la duda de la infelidad. Desvía la generosidad de los pretextos. Arma gritos donde hay meros susurros, tempestades en riachuelos sin sentido.
Israel es fulminante, pero no dice nada. Solo nace en la punta de mi cerebero y baja como un rayo al vacío de mi barriga.
Claramente no pretende ningún daño.