Mil hojas

Y me paro enfrente tuyo. Lloro. Te enseño mis manos manchadas de lágrimas, pena y dolor. Volteas tus ojos. Mi corazón estalla ante la incertidumbre de tu gesto. Será rabia, será desconsuelo, o simple, maldita y estúpida indiferencia.
Tu cuerpo sigue tu mirada. Mis piernas no son tan fuertes. Caigo sobre mis rodillas, y el peso de mi oscuridad hace que el suelo se rompa ante mi impotencia.
Empiezas a alejarte. Extrañamente de mis piernas rápida pero sigilósamente brotan unas raices ásperas, tenebrosas, inquietas. Se clavan en el suelo con tal vehemencia, que siento en mi sangre el sabor a tierra mojada. Te grito en desespero.Tu te contentas con hacer un gesto rápido y estrenduoso con tu mano izquierda. Mi corazón ahora se achicharra. SI era indiferencia.
Sigues caminando lejos. Mis raices han dado paso a un tronco maderoso en el que se convertido mitad de mi cuerpo. Nuevamente trato de gritarte inutil. De mi boca emanan un par de mariposas sonsas que me asustan con su mirada cómplice. Hago un último esfuerzo por salir corriendo.... no lo logro. Los árboles nunca salen corriendo.
A medida que tu figura desaparece allá donde el arco iris se dilata en gotitas de rocio, mis dedos ya no son más que unas hojas verdes acarameladas, gigantes, espaciosas. Mis ojos se cierran a medida que mi rostro se desfigura en patrones incomprensibles en la madera jóven. Me pregunto si todos los árboles del bosque alguna vez fueron enamorados no correspondidos y ahora olvidados. Aunque ya no puedo ver, oler o escuchar, a través de mis hojas, raíces, y tronco percibo un mundo aparente. Un universo que cree que la soledad es el mejor de los males, y el amor, el peor de los remedios.
Un día vuelves. Llenas mi sombra de risas y candor. Te recuestas sobre lo que me parece recordar algún día fueron mis piernas. Me abrazas ingenua.
Mi sonrisa te deja caer una flor.