Pocas veces

Pocas veces se había sentido como se sentía en los brazos de ese hombre. Desde la primera vez que se cruzó con el olor de ese macho incesante, fue consiente que aquella búsqueda tácita e indescifrable había terminado. No fue necesario decirle o escuchar mucho, o concertar demasiado sobre los pormenores del momento. Finalmente solo quería entregarse tal como lo hizo, sin límites y lamentos.

Su sexo fue tan rápido como intenso. El sudor de su encuentro quedó brotando en sus senos por días posteriores al suceso. Su mente quedaba divagando en el recuerdo. Podría listar sin equivocaciones cada roce, cada beso, cada gemido expuesto.

Solo se detenía cuando se acordaba de su esposo. Amándola allá a lo lejos entre sus batallas y esfuerzos. Ella también lo amaba. Lo había seguido a través de todos sus caminos, todos esos mares, hijos, ríos, palabras, putas, empresas y sueños.

Pero esto era distinto. Era tocar la esencia, volver a lo básico, era sonreír viviendo.

Una tarde de invierno intenso ella quiso calentar nuevamente al mundo con su cuerpo. Abrió sus piernas a ese jinete cautivo que cabalgó lujurioso su geografía entera. Trepó sus montañas y valles, se introdujo por sus cuevas y misterios, conquistó sus tierras jamás domadas y se permitió hacer un mapa completo de su deseo. 

Y con el invierno intenso, llegó también la muerte y su remordimiento. Entre los orgasmos que iban y venían, supo que jamás volvería a ver al sol sonriendo. Lentamente se fue yendo. Se fue olvidando de los gemidos, de los movimientos, de sus dedos rozando aquel otro cuerpo. Quiso estar con su esposo una vez más. Y mientras la muerte rondaba sus aposentos, ella entendió que el amor no se media en estos segundos de momento, sino en los siglos de recuerdos.

El amante nunca entendería que la sonrisa que ella le propinó antes de su muerte, no tenía que ver con su éxtasis, con su glorioso cuerpo, sino con el amor bien vivido..... también sin límites ni lamentos.