mayo 11

Tengo muy poco que decir, muy poco de que hablar.
Solo debo repetir el mantra que supuestamente me cura de todos los males y que reza que la vida es bella y que vale la pena, y que el dolor del alma no es más que un viento pasajero mal puesto, y que los resfriados llegan así de pronto, de repente como quien no quiere la cosa, y que mi dios sabrá porque toca comer tanta mierda, no tanta mierda no, tanta hijueputa mierda que ya me tiene mamado marica de esta jartadera de excremento que me vacía los buenos ánimos y me hace caer la sonrisa.
E igual sigo sin tener de qué hablar, porque el dolor del alma que me brota como un salpullido malsano se me extiende desde el corazón hasta la laringe (pasando por los pulmones, el esófago, el misófago y el antropófago) me aplasta las palabras y luego se convierte en un friosito mentolado que me sube y me baja a través de todo lo que consideramos barriga (estómago, hígado, geta, chunchulla y bofe).
Y me canso de pensar en ti, en lo que estarás haciendo, en lo que estarás pensando. En tu sonrisa elocuente a las tres de la mañana y en el absurdo calor de tu mano fría que parece y parecerá siempre encajar en las mías. En las lágrima que te deben estar acompañando, en el camino distante que las separan de las que me acompañan a mí y si en algún momento ambos ríos miserables de tristeza se encontrarán ellos si y se llevarán por delante esta puta historia de amor que no tiene más remedio que ir a parar allá al hediondo y maldito lugar donde vayan a parar las putas, tristes y mal habidas historias de amor.