MUCHAS VECES

Muchas veces la imaginó muerta. La imaginó inmóvil, pálida, fuera de este mundo. Con los ojos mirando hacia ese sitio distante que solo los muertos conocen. Imaginó sus últimos momentos, extremos, rápidos, inconsecuentes. Imaginó que pronunciaba su nombre, que por sobre todas las cosas se acordaría de él antes de emitir el último suspiro, el último adiós.

Lo que nunca imaginó, fue que fuera a morir en brazos de otro hombre. En el furor del orgasmo, en el calor de la aventura, en el frenesí de la lujuria prohibida.

Así la encontró, aún caliente, el pelo sudoroso, desnuda ante el pudor público. Aún abrazaba al otro, otro sin nombre, sin constancia, sin recuerdo. Su color distaba del natural color de la muerte. Tanto, que ese simple detalle perturbó su memoria por siempre y su corazón quedó vacío, inútil, áspero, inerte.

Lo que él nunca supo quizás para su mejor suerte, es que ella si lo pensó cuando entre el temblor del sexo, supo que se avecinaba la muerte.