Punto Final

Se sorprendió de estar hablando solo, pero no tanto por la retórica suave y arrítmica que lo embargaba en su soledad, sino por no tener una idea exacta del tiempo que llevaba practicando este ejercicio de ser locutor y escucha al mismo tiempo. Tal fue la sorpresa, que se detuvo por completo en la mitad de su escenario asfaltado y se dejó caer en el profundo abismo de la conciencia cuerda, que lo recriminó con todo el peso de años y años de estar reprimida bajo el peso de los fantasmas de la imaginación. Mientras caía de rodillas al pavimento, soltaba los inútiles objetos que sostenía en sus manos para poder así calmar las lágrimas secas que le recordaban su frágil humanidad. Las antes elocuentes y dóciles palabras se transformaban poco a poco en gritos desesperados, en groserías tormentosas, en dolor de pánico. Las palomas en el campanario soltaron vuelo y dejaron atras los años de locura de repente revelados. A medida que la sangre en sus rodillas se iba secando, la verdad de su condición se tornaba difusa e irrelevante. El mugre en sus manos le fué recordando que se encontraba en la mitad de una famosa avenida, donde su pataleta de loco demente no tenía cabida.

Su corazón tomó otro ritmo.
Los gritos se callaron ante la posibilidad funesta de ser atropellado.
Se puso de pie tan rápido como pudo mientras sus pupilas saltaban vibrantes en búsqueda de los faros destellantes, de los gritos, de los ruidos inconfundibles de la muerte certera.

Sin embargo, fuera del aleteo lejano de las palomas del campanario, la atmósfera no salpicaba ruido diferente a la conversación ronca de los árboles milenarios. El aire lleno de los coqueteos de copetones alegrones, de los cánticos melancólicos de moscas famélicas, de los quejumbres resonantes de vacas quietas, había olvidado ya como interpretar los aullidos de los coches desesperados, la resonancia de las multitudes tormentosas y el tic tac del reloj del campanario.

Una única lágrima desesperadada le recordó su verdad: él era el único y último ser humano vivo sobre la faz de la tierra, que loco y desesperado rondaba por las calles negras de una ciudad sin nombre o presente.

Miró al suelo, suspiro, y sin más remedio continuó con su conversación histórica.